El Papa Pío XI, mediante la encíclica "Quais primas" después de hacer una reflexión sobre la situación del mundo, instituye la fiesta de Cristo Rey, señalando el día ates de la fiesta de todos los santos y los fieles difuntos. Después de una reflexión histórico-bíblica, termina diciendo que esta fiesta "será una perpetua alabanza a Cristo Rey". En 1970, habiendo terminado el Concilio Vaticano II, la fiesta de Cristo Rey se trasladó al último domingo del año litúrgico, dándole un sentido cósmico: fiesta de Cristo, Rey del Universo.
Cristo ejerce su reinado desde la Cruz, en total abandono y pobreza. Para el Papa Benedicto XVI "penetrar en los sentimientos de Jesús quiere decir no considerar el poder, la riqueza, el prestigio como los valores supremos de nuestra vida".
Bendito eres, Señor
"Veréis al Hijo de hombre sentado a la diestra del Dios todopoderoso" (Mt 26, 64).
Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro Padre Israel,
por los siglos de los siglos.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en el cielo y tierra, tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria, tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos.
Por eso, Dios nuestro,
nosotros te damos gracias,
alabando tu nombre glorioso.
Señor Jesucristo, Rey del Universo, Tú eres el Rey de los que tienen el corazón sencillo, de los que son pobres, de los que saben llorar, de los que buscan con sinceridad la verdad, de los que sufren en la vida y saben aceptar cada día la cruz. Eres el Rey de los que saben perdonar, de los que saben escuchar, de los pequeños y humildes. Señor, queremos que reines en nuestra vida, que nos enseñes a amar como tú amas, a servir como Tú sirves, a perdonar como Tú perdonas, a vivir entregándonos a los demás como tú lo hiciste. Ven, Señor Jesús, reina en nuestro corazón, reina en nuestra familia, reina en nuestra comunidad, reina en nuestra sociedad. Que tu Reino de amor, de justicia y de paz se extienda sobre toda la tierra. Amén. Papa Francisco
A diferencia de los otros Evangelios, Mateo coloca más relevancia en la figura de José que en la de María, Mt es el Evangelio de san José. En Mt es nombrado 7 veces (1, 16.18.19.20.24; 2,13.19), en Lc 5 (1,27; 2, 4.16; 3,23; 4,22) y en Jn 2 veces (1, 45; 6,42).
El Evangelio de Mt asegura la genealogía de Jesús, “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Cristo” (Mt 1, 16). Según la tradición bíblica del Antiguo Testamento, la descendencia es la bendición más preciada porque a través de los hijos se asegura la subsistencia del linaje y la continuidad del nombre de un personaje (Rut 4, 14), no tener herederos significaba la muerte, la condena a desaparecer.
En este sentido, al igual que en la historia de Abrahán, también la figura de José cobra gran relevancia en la historia de la salvación, pues asegura para Jesús su descendencia del linaje de David, del cual se esperaba la llegada del Emmanuel.
Mt 1, 18-25 (Lc 1, 27):
"El origen de Jesucristo fue de la siguiente manera. Su madre, María, estaba desposada con José; pero antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, que era justo, pero no quería difamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa. ‘Dios con nosotros’. Una vez que despertó del sueño, José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Pero no la conocía hasta que ella dio a luz a un hijo, a quien puso por nombre Jesús”.
En la primera intervención entre el ángel y José, se le hace un llamado a asumir un plan de Dios, que, así como para Abrahán, requiere un acto de valentía en la fe. José debe acoger a María y al niño en su casa, propiciarles un hogar y darle un nombre, confirmando así su pertenencia al linaje con el título cristológico de “hijo de David”; recibe a Jesús, hijo de Dios, como hijo suyo, para educarlo, cuidarlo y amarlo. “La gente se preguntaba: ¿Pero no es este el hijo de José?” (Lc 4, 22b). Así como en María la maternidad es primeramente mesiánica antes que biológica, en José también se cumple esta llamada divina, recibe su paternidad mesiánica antes de recibir a María como su esposa (convivir juntos).
Al aceptar al niño como suyo de manera pública y oficial, José proporciona al niño una herencia davídica que se convierte en parte fundamental para su proclamación como “Mesías” en la reflexión especialmente de Mt. De esta manera, aunque José no es el padre de Jesús, se convierte en su padre legal en el momento en que le da su nombre, “Jesús”, es decir, José le da la legitimidad a Jesús cuando le acepta como su hijo. En ese contexto la paternidad biológica no era verificable, pero si acaecía en un gran peso social: el hombre puede decir si el hijo es o no suyo. Se trata de una concepción de paternidad distinta a la de nuestra época, por ello, tal vez cueste más entender esta lógica.
En aquella época, la edad mínima para el matrimonio de la mujer eran los doce años y para el varón los 14. Esta práctica aprovechaba los mejores años de fertilidad de las muchachas y permitía al padre garantizar su virginidad, un deber requerido por la ley y por las costumbres culturales y económicas. Por lo cual, podemos suponer que este matrimonio no fue diferente al de esta época.
Siguiendo la costumbre judía, el matrimonio era un proceso que tenía dos etapas. La primera, los esponsales, que implicaba el compromiso formal de matrimonio de la pareja, llevado a cabo en presencia de testigos y del pago del precio de la novia por la familia de esta al novio (dote). Estos esponsales constituían un matrimonio jurídicamente ratificado, aunque la mujer siguiera en casa de su familia durante un año. En este transcurso, el varón tenía derechos legales sobre la mujer, por lo cual, cualquier infracción de sus derechos maritales era considerado adulterio y castigada según la Ley. También la mujer gozaba de este estatus de casada para muchos aspectos, era llamada esposa y podría convertirse en su viuda.
Dentro de un año se daba lugar a la segunda etapa. En la cual, la mujer era trasladada a la casa de su esposo, mediante una ceremonia. A partir de entonces, el marido asumía la responsabilidad de su mantenimiento económico y podían iniciar su vida conyugal. Tanto Lc como Mt reflejan esta costumbre frente al embarazo de María: “María, estaba desposada con José; pero antes de empezar a estar juntos…” (Mt 1,18), es decir, antes de la segunda etapa de su matrimonio.
José, es calificado de justo. “Su marido José, que era justo, pero no quería difamarla, resolvió repudiarla en privado”. Sabiendo que el niño no era suyo, José decide inicialmente “divorciarse” de María, legalmente estaban casados. El texto es enfático en esa decisión que no llevó a cabo, “así lo tenía planeado”, no completar el matrimonio llevándosela a casa. Esta unión solo podía disolverse si él iniciaba un procedimiento formal de divorcio.
¿Qué podemos entender por justo? ¿Qué implicaba repudiarla en secreto? Si consideramos “justo” con relación al cumplimiento de la Ley, tendríamos una contradicción por parte de José, dado que según la Ley, tenía la opción de anular los esponsales (divorciarse), pero debía tener un motivo que justificara su acción, ¿qué iba a decir?, para el caso del adulterio el castigo era la lapidación. Por otra parte, repudiarla en secreto significaba dejar a María en una posición ambigua, una mujer abandonada con un hijo ilegítimo, sin posibilidad de volverse a casar.
Sin embargo, ni se valió de la Ley, ni la repudió en secreto, gracias a la intervención de Dios. Recurre a la ley que Dios ha puesto en su corazón, aquella que protege la vida de los seres amados (Dt 5, 6), esta es la ley del amor. Esto es lo que enseñará después a su hijo.
Los textos nos dicen que después de esto, José la recibió en su casa, completando la segunda etapa del matrimonio. Mientras, se publicó un edicto de César Augusto, ordenando que se empadronase todo el mundo. José subió desde Nazaret a la ciudad de David, llamada Belén, junto con María, su esposa, que estaba en cinta. Y mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue (Lc 2, 1-6).
En ese contexto difícilmente pudo darse la imagen que tenemos hoy en día de un hogar solamente con sus padres y el hijo, porque la cuestión matrimonial era un acontecimiento familiar, social, cultural y económico. Pero nos podemos hacer una imagen de cómo fue la vida de esta familia gracias a las actitudes de Jesús.
Al parecer fue un judío creyente, observante de la Torah, que era un tekton, término griego que designa el oficio de un artesano, que comprendía una serie de oficios varios, como la carpintería, vigas para los tejados, construcciones de muros en piedra o ladrillos, albañil, carretero, ebanista, etc., algo así como en nuestro contexto quien cumple el oficio de manutención. La clase de los artesanos estaba formada aproximadamente por el 5% de la población y tenía una renta media.
En esta época, eran tres las funciones a las que se podían dedicar los varones: la artesanía, la agricultura y el estudio de la Torah. Se dice que los artesanos se encontraban en el estatus de clase baja, que sería la clase media de nuestra época, dado que en ese entonces solamente existían dos clases: alta y baja. De aquí, que se aluda a Jesús como el carpintero o el hijo del carpintero (tekton). Aunque posiblemente también cultivaran una pequeña parcela de tierra, parecida a nuestros huertos, dado las alusiones agrarias de Jesús en sus parábolas.
“¿No es este el hijo del carpintero?” (Mt 13, 55).
“¿No es este el carpintero?” (Mc 6, 3a.).
“Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y también los profetas, es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1, 45).
“¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos?” (Jn 6, 42).
La Escritura dice que, Jesús crecía en estatura, gracia y sabiduría junto a sus padres, quienes cumplían con sus responsabilidades como judíos creyentes. Y del hecho que posteriormente, solo aparezca María junto a Jesús, los estudiosos han deducido que José debió morir antes de que Jesús llegue a su vida pública.
De igual manera, algunos estudios han intentado reflejar la imagen de José en el José del A.T. Los dos son hijos de un padre que se llama Jacob – aunque en la genealogía de Lc aparece como hijo de Elí, para esta analogía tomamos la propuesta de Mt, dado que el interés ha sido siempre ilustrar una teología en la cual se cumple el designio providencial de Dios que promete un Mesías para Israel–, además, los dos tienen sueños y por diversos motivos tienen que ir a Egipto. José de Egipto interpreta los sueños, José de Nazaret tiene las revelaciones de Dios a través de los sueños (4 sueños).
Otra clave de lectura en este personaje son las diversas citas de cumplimiento como una continuidad de la historia de Israel y el A.T. Es José el que actúa. En Mt 2, 13-15 otra aparición del ángel le previene contra el peligro que representa Herodes, por lo cual José huye con María y Jesús a Egipto:
“El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Prepárate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo’. Él se preparó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto. Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta: ‘De Egipto llamé a mi hijo’".
José protege a su esposa y a su hijo de la amenaza, solamente vuelve cuando una nueva aparición del ángel le anuncia el fin del peligro, como relata Mt 2, 19-21:
“Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Prepárate, toma contigo al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel, pues ya han muerto los que querían atentar contra la vida del niño’”.
Pero por precaución, José no regresa a Belén, sino a Nazaret, según Mt 2, 22-23:
“Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí. Así que, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a residir en una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliese lo dicho por los profetas: Será llamado Nazoreo”.
Podemos decir que José estuvo junto a María y al lado de Jesús, enseñándole y formándolo bajo las creencias y costumbres judías. Lc nos dice que subían cada año a Jerusalén (Lc 2, 41), nos deja ver a un José que se sorprende y se admira de las cosas que dice su hijo en el Templo (v.33), aunque no las comprende no lo deja solo, lo acompaña, lo busca (v. 44), lo encuentra (v. 46), lo lleva a casa y le enseña lo que un padre de su época enseña a su hijo (v. 51).
Sin duda alguna, todo cuanto vemos de Jesús en su vida pública es manifestación de lo que aprendió en casa, junto a sus padres.
La figura de José, así como en María, evocan una realidad mucho más grande que por sí solos, entendida a la luz del proyecto mesiánico (en Mt) y de la historia de la salvación (en Lc), manifiestan una relación estrecha con el Antiguo Testamento, a través de los vestigios anunciados y que se cumplirán en el Nuevo Testamento.
San José ha gozado de gran aprecio en la Iglesia, ha permanecido a lo largo de la historia como el hombre del silencio y de la obediencia. Sin embargo, su presencia en la historia de la salvación, tal vez no haya tenido la relevancia que mereciera. Aunque poco se menciona, está presente, la Sagrada Escritura nos da cuenta de ello en los relatos de la infancia, tanto en Mt y Lc, en los cuales vemos la intervención de Dios en sus planes y su inmediata respuesta, sin objetar ni cuestionar, simplemente en una admirable e inmediata obediencia en la fe.
Pero, ¿cómo podemos entender realmente estas actitudes de José? Van mucho más allá de la obediencia que nada cuestiona, la obediencia es esa manifestación concreta de una realidad mucho más profunda que sostiene su relación con Dios. Y también la forma de cómo Dios se dirige a José, aquel en quien deposita una gran misión, podemos comprenderla a la luz de una profunda relación de amistad. Nos dicen algunos estudiosos que los “justos” son considerados amigos de Dios, y este es, tal vez, el vínculo que sostiene esta relación entre José y Dios, se afianza en cada gesto. Y es justo aquel que sabe tomar decisiones sabias, por eso la actitud del silencio, propia de la sabiduría.
Dios confía en su elegido y este, a su vez, no decepciona a su Señor. El sueño se convirtió para José en lugar privilegiado para la comunicación con Dios, a través del cual, José recibe ese llamado con nombre propio a ser colaborador de Dios, pero no por iniciativa propia, sino a través de las constantes intervenciones divinas en su vida.
Su fe se convierte en un acontecimiento milagroso, al igual que Abrahán, su fe cree contra toda evidencia y lógica humana. Dios le pide, al igual que a varios profetas, actos sorprendentes e incluso contra la Ley. José renuncia a sus prerrogativas masculinas y acepta el mandato divino, que se confirma en la acción de ponerle nombre al niño, desde entonces, todo estará orientado al plan que Dios para su vida. Es precisamente este el modelo de familia que después defenderá Jesús, los lazos biológicos son superados por unos vínculos que se crean primero en el seno de la fe, en la adhesión al proyecto de Dios.
Por: Ydania Marivel Imbacuán Mangua, fsp
Referencias Bibliográficas:
Biblia de Jerusalén. Bilbao: Descleé de Brouwer, 2019.
Gonzales, Wilma; Medina Carlos. San José en la Sagrada Escritura y en la espiritualidad. Cuestiones Teológicas, 2020.
Johnson, Elizabeth. Verdadera hermana nuestra. Barcelona: Herder, 2005.
Navarro, Mercedes; Perroni, Marinella. Los Evangelios. Narraciones e historias. Estella: Verbo Divino, 2011.
Ruíz L, Demetria. María, mujer mediterránea. Bilbao: Descleé de Brouwer, 1999.
Tomado del libro de Oraciones de la Familia Paulina
(por el Beato Santiago Alberione).
San José, fiel colaborador en nuestra redención, ten compasión de esta pobre humanidad envuelta aún en tantos errores, vicios, supersticiones. Tú fuiste un instrumento dócil en las manos del Padre celestial a la hora de disponer todo lo necesario para el nacimiento, la infancia de Jesús y la preparación de la víctima, del sacerdote y Maestro divino en beneficio de los hombres. Tú, siempre fiel a la voluntad de Dios, obtennos un celo auténtico en la búsqueda y formación de las vocaciones. Para nosotros te pedimos una generosa y constante correspondencia al precioso don de la llamada divina (No. 1).
San José, modelo de toda virtud, intercede por nosotros para que alcancemos tu misma vida interior. Tú, amando y trabajando en el silencio, cumpliendo fielmente con todos los deberes religiosos y sociales y sometiéndote con absoluta docilidad a la voluntad de Dios, alcanzaste una sublime santidad y gloria. Consíguenos aumento de fe, esperanza y caridad, mayor infusión de las virtudes cardinales y abundancia de los dones del Espíritu Santo (No. 2).
San José, te veneramos como modelos de los trabajadores, amigo de los pobres, consolador de los emigrantes y de todos los que sufren, santo de la Providencia. Fuiste en la tierra el representante visible de la bondad y la solidaridad universal del Padre celestial. Fuiste el artesano de Nazaret y maestro del trabajo del Hijo de Dios, que se hizo humilde obrero por nuestro amor. Socorre con tu intercesión a cuantos consuman sus fuerzas en el trabajo intelectual, moral y material. Obtén a todas las naciones una legislación que se inspire en el Evangelio, en el amor cristiano y en una organización según la justicia y la paz (No. 3).
San José, protector de los agonizantes, te pedimos por todos los moribundos y te suplicamos nos asistas también a nosotros en la hora de nuestra muerte. Con la santidad de tu vida, mereciste un tránsito feliz con la inefable consolación de verte asistido por Jesús y María. Líbranos de la muerte improvisa; concédenos la gracia de imitarte en esta vida, de liberar el corazón de todo lo mundano y de atesorar cada día méritos hasta el momento de la muerte. Haz que podamos recibir entonces debidamente los sacramentos de los enfermos e inspíranos con María sentimientos de fe, esperanza, caridad y dolor de nuestros pecados, para que expiremos en la paz del Señor (No. 6).
San José, protector de la Iglesia universal, mira con bondad al Papa, a los obispos, sacerdotes y diáconos, a los religiosos y a todos los cristianos; ruega para que todos seamos santos. La Iglesia es fruto de la sangre de Jesús, tu Hijo adoptivo. Te pedimos por su expansión, libertad y fortalecimiento. Defiéndela de los errores, del mal y de las fuerzas del infierno, como un día salvaste de las manos de Herodes la vida amenazada de Jesús. Que se cumpla su anhelo: “Un solo rebaño y un solo Pastor” (No. 7).
El Vía Crucis o camino de la cruz es una de las tradiciones más arraigadas en nuestra Iglesia Católica que nos ayuda a recordar y llevar a nuestra vida los principales misterios de nuestra fe, es decir, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, celebrarlo con fe en familia durante los viernes de cuaresma, nos ayudará a contemplar la entrega amorosa de Jesús por nosotros y la manera como él encarna nuestra fragilidad y se solidariza con nuestros sufrimientos. Así mismo, el llamado que nos hace a superar con fe las circunstancias que vivimos como el abandono, el dolor, la humillación, la injusticia, y aprender a darnos a los demás, aún en medio del dolor o el sufrimiento.
Motivación: Cada Vía Crucis que rezamos con fe y contemplamos con esperanza, es un medio para unir nuestra vida a los sufrimientos de Cristo y del mundo. Ofrezcamos de manera especial este santo Vía Crucis por la realidad de sufrimiento y enfermedad que todavía vivimos como humanidad por el coronavirus. Pidamos al Señor, que alivie el dolor de las personas contagiadas, fortalezca a los familiares que han perdido a sus seres queridos y proteja de manera especial, a todo el personal de salud que expone a diario su vida para brindarles el cuidado necesario.
Materiales: Cruz, tiras de papel, lápiz, cinta.
Signo: En las tiras de papel que tengamos, vamos a escribir los nombres de nuestros familiares, amigos, vecinos o personas conocidas que están enfermas, especialmente por el Covid-19. Así mismo, aquellos que trabajan o forman parte del sector salud. Antes de iniciar el rezo del santo Vía Crucis, vamos a ir pronunciando sus nombres y a pegarlos en la cruz, como una manera de unirnos a sus realidades y presentárselas al Señor.
Canto: Vengo ante ti, mi Señor.
Vengo ante ti, mi Señor,
reconociendo mi culpa,
con la fe puesta en tu amor,
que tú me das como a un hijo.
Te abro mi corazón,
y te ofrezco mi miseria,
despojado de mis cosas,
quiero llenarme de ti.
Que tu Espíritu, Señor,
abrace todo mi ser.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Puesto en tus manos, Señor,
siento que soy pobre y débil,
más tú me quieres así,
yo te bendigo y te alabo.
Padre, en mi debilidad,
tú me das la fortaleza.
Amas al hombre sencillo,
le das tu paz y perdón.
Que tu Espíritu, Señor,
abrace todo mi ser.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Oración inicial:
Padre eterno, por medio de la pasión de tu amado Hijo,
has querido revelarnos tu corazón y darnos tu misericordia.
Haz que, unidos a María, madre suya y nuestra,
sepamos acoger y custodiar siempre el don del amor.
Que ella, Madre de la Misericordia, te presente las oraciones que elevamos
por nosotros y por toda la humanidad, para que la gracia de este Santo Vía Crucis
llegue a todos los corazones humanos e infunda a ellos una esperanza nueva,
esa esperanza indefectible que irradia desde la cruz Jesús,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración tomada de: El santo Vía Crucis según las orientaciones del papa Francisco, Paulinas.
Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 14-15
“Pilato les dijo: —Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: -¡Crucifícalo! Entonces Pilato, como quería quedar bien con la gente, dejó libre a Barrabás; y después de mandar que azotaran a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran”.
Jesús experimenta el abandono de los suyos al ser condenado a muerte en lugar de Barrabás. Su vida es sentenciada a muerte de manera inevitable, pero él no pierde ni la fe ni la esperanza, porque sabe que en sus manos está la realización del proyecto del Padre. Como Jesús, nosotros también hemos sentido amenazada nuestra vida o la de nuestros seres queridos por el coronavirus. Pidámosle, su misma confianza para acoger con valor dicha enfermedad, acompañar a los nuestros y valorar mucho más la salud que tenemos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Segunda estación: Jesús carga con la cruz a cuestas.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 20
“Después de burlarse así de él, le quitaron la capa de color rojo oscuro, le pusieron su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo”.
Vestido con sus propias ropas, Jesús inicia el camino hacia el calvario con la cruz a cuestas. Una carga pesada que no merece llevar, pero que acoge con valor por amor a cada uno de nosotros. Así mismo, la crisis del coronavirus ha sido para muchos de nosotros una carga pesada y difícil de llevar, una carga que ha sacado a flote todas nuestras fragilidades y nos ha llevado a reconocer la vulnerabilidad de nuestra condición humana. Pidamos, al Señor, que nos ayude a acoger con esperanza las cargas difíciles que esta crisis sigue despertando en el seno de nuestras familias, lugares de trabajo y nos enseñe a crecer en nuestro espíritu de sacrificio, ofrecimiento y solidaridad hacia el dolor de quienes lo han perdido todo.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Is 53, 4
“Él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado”.
Jesús abraza la muerte como una realidad que le permite encarnar toda nuestra realidad y fragilidad humana, incluso el dolor y el sufrimiento. Así, nos permite experimentar que Dios nos acompaña siempre aún, en las circunstancias más difíciles que vivimos como seres humanos. A lo largo de este tiempo de pandemia, Jesús ha estado a nuestro lado y se ha solidarizado con el dolor de cada enfermo, de cada familia que ve partir inesperadamente a los suyos, en los esfuerzos y sacrificios de todo el personal médico. Agradezcamos en este día a Jesús, por encarnar y redimir la totalidad de nuestra condición humana.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 2, 51.
“Su madre conservaba todo esto en su corazón”
María acompañó de cerca a Jesús en cada momento de su existencia, le dio la vida, lo alimentó, lo crió, le enseñó el amor a Dios, los valores y las tradiciones de su pueblo. Nunca lo dejó solo, ni aún en el momento más trágico y doloroso de su existencia. Ella, contempló siempre en su corazón el gran misterio de Dios encarnado en su hijo Jesús. Hoy muchas madres también sufren por la enfermedad o la pérdida repentina de sus hijos a causa de la pandemia. Pidamos, al Señor, que las fortalezca en su sufrimiento y les ayude como a María a encontrar en su fe, la fuerza y el aliciente para continuar.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Quinta estación: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 21
“Un hombre de Cirene, llamado Simón, padre de Alejandro y de Rufo, llegaba entonces del campo. Al pasar por allí, lo obligaron a cargar con la cruz de Jesús”.
El camino de la cruz une a Simón de Cirene con Jesús. Sin esperarlo fue obligado a ayudarle a cargar la cruz y aliviar un poco su sufrimiento. Sin lugar a dudas, Jesús lo miró con profunda compasión y ternura y desde el fondo de su corazón, le agradeció por su generosidad. Lo que inició para el Cireneo como una obligación se tornó luego en solidaridad, al experimentar sobre sus hombros el gran peso que llevaba Jesús. Como el cirineo, nosotros también podemos pasar de la obligación de ayudar al otro, a solidarizarnos realmente con sus necesidades, poniéndonos en sus zapatos y haciendo su carga más liviana.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Sexta estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Is 53, 2- 3.
“No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado”.
A medida que avanzaba el camino de la cruz, el rostro de Jesús iba desfigurándose y perdiendo su vitalidad. El temor a enfrentar su realidad de sufrimiento hacía que muchos no se atrevieran a mirar su rostro maltratado y desfigurado. Solo una mujer, se atrevió a romper los límites del miedo para solidarizarse con Jesús, limpiando la sangre y el sudor de su rostro. Una mujer que fue capaz de ver cara a cara el sufrimiento, no huir de él, sino por el contrario, consolarlo con un gesto sencillo pero cercano. Pidamos al Señor, que como Verónica nos ayude a mirar de cara el sufrimiento que viven nuestros enfermos, a prodigarles como ella, gestos de ternura, cariño y compasión que alivie su dolor pese a los difíciles quebrantos de salud que atraviesen.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 23, 34.
“Jesús dijo: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’”.
Jesús avanza hacia el calvario pero sus fuerzas desfallecen. La cruz se torna más pesada y por más que quiere continuar su camino, su cuerpo se doblega y cae por segunda vez. Caída que lo lleva a experimentar la fragilidad de su cuerpo y el gran peso del mal que lo aqueja. Pese a ello, Jesús no siente rencor hacia sus opresores, sino que por el contrario, los mira con compasión porque no son conscientes del mal que comenten hacia él. Como Jesús, en este tiempo de pandemia hemos experimentado el peso que el coronavirus ha puesto sobre nuestros hombros. Un peso que jamás pensamos vivir, que nos doblega en la incertidumbre del mañana, en el temor al contagio y a la muerte. Pidamos al Señor, la capacidad de reconocer en las circunstancias difíciles que atravesamos y nos llevan a perder la fe, una posibilidad para superarnos y abrazar nuestra existencia con mayor esperanza.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 23, 28.
“Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y por sus hijos”.
En su camino hacia el calvario, Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por el mal que lo aqueja. Pese al difícil momento que vive y a la carga de la pasión que lleva a cuestas, Jesús saca fuerzas para mirar a las mujeres y consolarlas con sus palabras de solidaridad hacia los sufrimientos que viven como madres. Actitud que nos lleva también a nosotros hoy, a superar las diferentes aflicciones que vivimos, para consolar a tantas personas, incluso dentro de nuestro propio núcleo familiar, que sufren por los efectos negativos de la pandemia, como por tantas otras circunstancias adversas. Pidamos al Señor, que nos ayude a hacer de nuestros padecimientos un medio para ser más abiertos y solidarios con los que sufren.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Flp 2, 8.
“Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte en la cruz”.
En su camino hacia el calvario, Jesús experimenta toda la fragilidad de nuestra condición humana. Cae por tercera vez, recordándonos lo vulnerable que puede llegar a ser nuestra existencia. Pese a caer de nuevo, Jesús no se queda en el suelo ni se rinde ante el sufrimiento o el dolor que lo doblega, sino que por el contrario, se levanta y prosigue su camino aferrado al amor y a la confianza que tiene en el Padre. Como Jesús, también nosotros caemos muchas veces ante el dolor, las enfermedades o las dificultades que llegan de manera imprevista a nuestra existencia. Pidámosle que en esos difíciles momentos nos ayude a levantarnos y a retomar nuestro camino con valor y esperanza.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 24.
“Los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús y ver qué se llevaría cada uno”.
Después de un largo camino de intenso dolor, sufrimiento y martirio, Jesús llega al calvario y allí es despojado de la única pertenencia que le quedaba como ser humano: sus vestiduras. Su cuerpo maltratado, herido y vulnerado en su dignidad, queda expuesto a la vista de todos y a la burla de los soldados quienes además echan a suerte su túnica. Desprovisto de toda seguridad humana, Jesús queda a la suerte de sus adversarios, pero permanece firme en su entrega hasta el final. Como Jesús, muchas personas hoy continúan siendo despojadas de su dignidad, vulneradas en sus derechos fundamentales, desprovistos de toda seguridad económica o material. Pidamos en esta estación al Señor por todos aquellos, que la crisis actual del coronavirus ha despojado de su salud, sus seguridades económicas, su tranquilidad o de la presencia de sus seres queridos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 17 -18.
“Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado «Lugar de la Calavera» (que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en el medio”.
El suplicio que Jesús vive a lo largo de su pasión ahora llega a su culmen al ser clavado en la cruz. Muerte lenta y dolorosa impuesta por los romanos a los agitadores del imperio como escarmiento público por sus delitos. La crucifixión era una práctica humillante, signo de maldición para los judíos, pero que Jesús abraza hasta el final por amor a nosotros, para hacer de ella nuestra fuente de salvación. Pidamos al Señor, por todos aquellos que todavía hoy siguen siendo crucificados por las injusticias, el odio, la guerra, la indiferencia, la falta de oportunidades. Por aquellos, que en medio de esta pandemia han muerto, no solo a causa del virus sino también por la falta de recursos para sobrevivir, por no tener quien cuide de ellos, por no poder acceder al sistema de salud, por la marginación de una sociedad injusta y centrada en sus propios intereses.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mt 27, 45-46.
Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó en oscuridad. A esa misma hora, Jesús gritó con fuerza: «Elí, Elí, ¿lemá sabactani?» (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
Al morir en la cruz, Jesús encarna toda nuestra condición humana, incluso el dolor y la muerte de nuestro cuerpo mortal. Con su muerte, Jesús se solidariza con tantas víctimas de nuestro tiempo y de la historia, que han muerto de manera injusta y atroz. Muerte que nos permite experimentar como Dios nos acompaña aún en las realidades más extremas y cruentas de nuestra existencia. Desde su muerte en la cruz, Jesús nos abraza, nos consuela y nos dice que no existe ninguna realidad humana que su amor no pueda ayudarnos a redimir y sanar. Pongamos en sus manos a cada uno de nuestros familiares o conocidos que han muerto por la crisis actual y pidámosle, que como él, nosotros también podamos ser signos de salvación para quienes viven a nuestro alrededor.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima tercera estación: Jesús es bajado de la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 38.
“Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a las autoridades judías. Pilato le dio permiso, y José fue y se llevó el cuerpo”.
Los momentos difíciles que pasamos pueden movernos a la compasión, al riesgo y a la solidaridad con los demás. José de Arimatea, hombre prestante entre los judíos y discípulo de Jesús, pese al riesgo que corría su vida por ser su seguidor, pide el cuerpo de su maestro para sepultarlo. Gesto que lo lleva a entrar en comunión con la realidad de sufrimiento que vivía la madre de Jesús y sus discípulos más cercanos. Así mismo, el coronavirus, si bien ha cambiado nuestra manera de relacionarlos y ha generado la perdida de cientos de vidas humanas, también nos ha permitido solidarizarnos con el sufrimiento de todos aquellos que como nosotros, han experimentado su propia vulnerabilidad e impotencia ante el virus, y movernos a la solidaridad pese a la falta de recursos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima cuarta estación: Jesús es sepultado.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 41-42
“En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía no habían puesto a nadie. Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el sábado de los judíos”.
Finalmente, el cuerpo de Jesús reposa en el sepulcro y con él, descansa también el corazón de sus familiares y discípulos más cercanos, pese a no comprender del todo, el trágico fin de su existencia. El cuerpo de Jesús reposa en el amor de Dios Padre, aunque el desconcierto por su muerte embarga de tristeza a quienes lo conocieron. Muchas familias ante la crisis actual del coronavirus no han podido acompañar de cerca el paso a la eternidad de sus seres queridos. Muchos han muerto solos en los hospitales asistidos por el personal médico, sin imaginar que nunca más volverían a casa. Oremos en esta estación por cada una de las familias que lloran a sus seres queridos, por el desasosiego y el vacío que trae a sus vidas la muerte inesperada de los suyos. Que como María y los primeros discípulos, puedan encontrar en el Padre, la fortaleza necesaria para seguir el camino y sentir la presencia de los suyos, en los valores y experiencias compartidas en vida con ellos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Oración final:
Señor, ayúdanos a vivir una vida espiritual fecunda, que sea capaz de renunciar a nuestro orgullo.
Que pueda superar nuestros miedos, temores y sentir tu voz de consuelo.
Deseamos abandonarnos en tus manos, Señor, y sentir que contigo nuestra vida es más liviana.
Bendícenos, Señor, y danos la alegría de ser tus discípulos, morir contigo y resucitar a una nueva vida.
Amén.
Oración tomada de: Vía Crucis tradicional, Paulinas.
Hna. Mariluz Arboleda Flórez, fsp.
Ambientación:
- Recrear en familia o en comunidad un camino con piedras o arena que podamos mantener armado durante el tiempo de Cuaresma e ir alimentando cada domingo con los diferentes símbolos que acompañarán nuestro itinerario de encuentro con la Palabra.
-Elaborar huellitas con los nombres de cada miembro de la familia o comunidad.
-Letrero: “Volver a Dios y creer en el Evangelio”.
Motivación:
El tiempo de Cuaresma nos ofrece una valiosa oportunidad para encontrarnos con Dios a través de su Palabra. Por eso, la liturgia de este tiempo nos invita a abrir nuestro corazón a su escucha, pero muy especialmente a caminar junto a Jesús en el desierto para purificar nuestro corazón y acoger los llamados de conversión que necesita nuestra vida para ser personas más libres y auténticas en nuestra entrega cotidiana. La Cuaresma también nos llama a vivir y a compartir en familia o en comunidad este itinerario de encuentro con Dios y experimentar la alegría de no sentirnos solos en el camino.
Por eso, al iniciar esta Lectio Divina, pidamos la luz del Espíritu Santo, para que sea él quien nos guíe al desierto de nuestra vida y nos ayude a mirar de nuevo nuestro interior, y reconocer todo aquello que necesitamos cambiar y renovar, tanto a nivel personal, como familiar.
1 ) Lectura:
Proclamamos el evangelio de este días dos veces. Una primera vez a una sola voz. Otra, a dos voces, es decir, una persona puede hacer la voz del narrador y otra, la de Jesús.
Del evangelio según san Marcos (Mc 1, 12-15)
Una vez bautizado Jesús, el Espíritu lo movió a ir al desierto. Allí estuvo cuarenta días, y fue tentado por Satanás. Estaba con los animales salvajes y los ángeles lo servían. Después que Juan el Bautista fue entregado, se dirigió Jesús a Galilea y empezó a predicar el Evangelio de Dios. Decía: “El plazo se ha cumplido; ya llega el reinado de Dios, vuelvan a Él y crean en el Evangelio”.
Para identificar mejor el contenido del relato, respondemos entre todos las siguientes preguntas:
-¿Quién lleva a Jesús al desierto?
-¿Cuántos días permanece en el desierto?
-¿Quién tienta a Jesús?
-¿Quiénes le sirven?
-¿Cuándo inicia Jesús su predicación y en qué lugar?
-¿Cuál es la invitación que Jesús realiza en su predicación?
-¿Qué relación encontramos entre los 40 días en que Jesús permanece en el desierto con la historia del pueblo de Israel?
2) Meditación
Jesús va al desierto movido por el Espíritu Santo no tanto porque necesite purificar las intenciones de su corazón, sino para enseñarnos que nuestro camino hacia Dios necesita ser renovado a diario. La fidelidad de nuestra respuesta no es algo que se alcanza de la noche a la mañana, sino que necesita de pequeñas decisiones y esfuerzos cotidianos que nos ayuden a afianzar los valores que sustentan nuestra fe. Por eso, la Cuaresma nos ofrece un camino espiritual de 40 días, para abrir nuestra vida a Dios, revisar las verdaderas intenciones que nos mueven y reconocer aquellas actitudes personales o familiares, que necesitamos renovar o cambiar, para continuar con mayor libertad y autenticidad nuestro camino.
Para ir al desierto como Jesús es necesario ser dóciles a la voz del Espíritu y dejar que nos conduzca a la realidad de nuestras relaciones, problemas o desafíos actuales. Así mismo, al estado de nuestra relación con Dios, a la manera como alimentamos nuestra fe y somos dóciles o no, a sus enseñanzas. Dejemos resonar al inicio de esta Cuaresma las palabras de Jesús al inicio de su predicación en Galilea y pongamos en manos de Dios nuestro deseo de recuperar o afianzar nuestra relación con él: “Ya llega el reinado de Dios, vuelvan a Él y crean en el Evangelio”.
A la luz de esta corta reflexión y de los llamados que la Palabra deja en nuestro corazón preguntémonos:
-¿Cómo deseamos vivir este tiempo de Cuaresma?
-¿Qué actitudes personales o familiares necesitamos cambiar o incentivar?
-¿Qué disposiciones hay en nuestro corazón para encontrarnos a solas con Dios, reconocer nuestra realidad de pecado y vivir esta peregrinación interior de 40 días?
3) Oración
Jesús nos invita ir al desierto de nuestra existencia para renovar nuestra fe y nuestra relación con Dios: ¿Qué brota de nuestro corazón decirle en estos momentos?...Expresemos en silencio, nuestra oración espontánea a Dios.
Después en la huellita que tiene nuestro nombre, escribamos aquella actitud que durante este tiempo queremos vivir. Luego podemos expresarla y ponerla sobre el camino que acompañará nuestro itinerario cuaresmal.
Luego que cada uno pone sus huellitas sobre el camino, oramos juntos:
4) Contemplación
Cerremos nuestros ojos e imaginemos por un momento que estamos junto a Jesús al inicio de un largo camino. Pidámosle que nos tome de sus manos y venga a nuestro lado. Contémosle cuáles son las motivaciones que tenemos para vivir esta cuaresma y cuál es aquella actitud, que de pronto nos impide iniciar nuestro camino. Experimentemos como a pesar de nuestros temores, él nos toma de su mano y junto a nuestros seres queridos o nuestra comunidad, nos invita a recorrer juntos este camino.
5) Acción
A la luz de los llamados personales o familiares que quedan en nuestro corazón desde el encuentro con la Palabra, formulemos un propósito concreto para llevar a la vida, sea a nivel personal o familiar, esta primera semana de cuaresma.
Hna. Mariluz Arboleda Flórez, fsp.
Motivación:
En este Segundo Domingo de Cuaresma, Jesús nos invita a pasar del desierto a la montaña para subir junto a Pedro, Santiago y Juan, y ser testigos presenciales de su transfiguración. Dispongamos nuestro corazón para iniciar nuestro ascenso con un corazón agradecido por la experiencia de la Palabra que alimentó nuestra vida durante la primera semana. Dejémonos guiar por el Espíritu, en este nuevo encuentro con la persona de Jesús y pidámosle que nos ayude a descubrir su verdadero rostro a través de la siguiente oración:
ven a visitar el corazón,
y llena con tu gracia viva y eficaz
nuestras almas, que tú creaste por amor.
Tú, a quien llaman el gran consolador,
don del Dios altísimo y Señor,
eres vertiente viva, fuego que es amor,
de los dones del Padre, el dispensador.
Tú Dios que plenamente te nos das
dedo de la mano paternal,
eres tú la promesa que el Padre nos dio;
tu palabra enriquece hoy nuestro cantar.
Los sentidos tendrás que iluminar,
nuestro corazón inflamarás,
y nuestro cuerpo frente a toda tentación
con tu fuerza constante ven a reafirmar.
Aparta de nosotros la opresión,
tu paz danos pronto, sin tardar;
y, siendo tú nuestra guía, nuestro conductor,
evitemos así cualquier error o mal.
Danos a nuestro Padre conocer,
a Jesús, el Hijo comprender,
y a ti Dios que procedes de tu mutuo amor
te creemos con sólida y ardiente fe.
Amén.
1 ) Lectura:
Leemos el evangelio dos o tres veces identificando los personajes, las acciones, los lugares y los diálogos presentes en el relato. Podemos leerlo de corrido una primera vez y luego, de manera pausada.
Del evangelio según san Marcos (Mc 9, 2-10)
En cierta ocasión, Jesús llamó a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto y apartado. Y se transfiguró delante de ellos; su vestido se puso resplandeciente y tan blanco como nadie en el mundo lo puede dejar. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que estaban hablando con Jesús. Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno que estemos nosotros aquí! Vamos a hacer tres enramadas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Es que no sabía qué decir, llenos como estaban de pavor. Entonces apareció una nube que se posó sobre ellos. Y se oyó una voz que salía de la nube: “Este es mi Hijo muy querido. Escúchenlo”. Y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús con ellos. Cuando bajaban del monte, Él les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto, sino solo cuando el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos mantuvieron en privado este asunto, aunque se preguntaban qué querría decir con aquello de resucitar de entre los muertos.
Reconstruimos el relato entre todos, a partir de las siguientes preguntas:
- ¿En qué lugar acontece el relato?
- ¿Quiénes suben a la montaña con Jesús?
- ¿Qué le pasa a Jesús?
- ¿Quiénes aparecen hablando con Jesús?
- ¿Qué sentimientos experimentan los discípulos cuando ven a Jesús transfigurarse?
- ¿Por qué Pedro quiere construir tres enramadas?
- ¿Desde dónde habla Dios para revelar la identidad de Jesús?
- ¿En qué otros lugares de la Biblia aparece esta figura?
- ¿Qué dice Dios de Jesús?
- ¿Por qué Jesús pide a sus discípulos que no revelen nada de lo que vieron?
2) Meditación:
Dentro de la tradición bíblica el monte ha sido el lugar de las grandes manifestaciones de Dios. Así como se revela a Moisés en el monte Horeb al entregarle las tablas de la Ley y establecer la Alianza con el pueblo de Israel. Hoy elige de nuevo, la montaña para revelar a Santiago, Pedro y Juan, la verdadera identidad de Jesús como su hijo muy amado, quien tiene la gran tarea de comunicar sus enseñanzas. De allí, que la primera invitación que les hace sea la de escucharlo.
La transfiguración nos lleva entonces a descubrir la verdadera identidad de Jesús como el hijo amado del Padre. Como aquel que apoyado en la tradición del Antiguo Testamento, representada en las figuras de Moisés y Elías, ahora es el encargado de revelar la gloria de Dios con su muerte y resurrección. Elías, con su predicación profética había salvado al pueblo del influjo de la religión cananea y Moisés, había sido el gran mediador entre Dios y su pueblo. Dos figuras proféticas de gran estima entre los judíos, que al hablar con Jesús, confirman que él, es ahora el encargado de llevar la tradición de Israel a su plenitud.
El asombro y el temor se apoderan de los discípulos, quienes todavía no están preparados para comprender el sentido de la transfiguración de Jesús. Solo hasta después de pentecostés logran comprenderlo.
La transfiguración nos lleva también a nosotros hoy a preguntarnos por la identidad de Jesús, a conocerlo más de cerca y para ello, es necesario encontrarnos a solas con él, y como nos dice el Padre, escucharlo. En la medida que damos este paso, la imagen que tenemos de él, se transfigura, cambia, cobra nuevo sentido, porque lo podemos experimentar más cercano a nuestra experiencia de fe y a nuestra realidad.
Reflexionemos:
- ¿Cuál es la imagen que tenemos hoy de Jesús?
- ¿Cómo podemos escuchar más su Palabra y sus enseñanzas en este tiempo de Cuaresma?
- ¿Cómo podemos fortalecer mucho más nuestra oración personal, familiar o comunitaria durante esta semana?
3) Oración:
Presentemos al Señor nuestro deseo de ser cada vez más partícipes de su transfiguración y digámosle:
4) Contemplación:
En un momento de silencio imaginémonos junto a Jesús en la montaña envueltos por el resplandor de su gloria. Escuchemos también la voz del Padre que nos invita a reconocer a Jesús como su hijo muy querido y a escuchar sus enseñanzas. Confiémosle también a Jesús nuestros temores, necesidades y todo aquello que puede angustiarnos. Pidámosle que llene nuestro corazón de confianza y nos ayude a reconocer en él, a nuestro único Dios y salvador.
5) Acción:
A la luz de los llamados que este encuentro con Jesús en la montaña ha dejado en nuestro corazón, formulemos un compromiso concreto que podamos colocar en práctica durante esta semana.
Hna. Mariluz Arboleda Flórez, fsp.
Después de la experiencia vivida en el desierto y en la montaña, el evangelio de este Tercer Domingo de Cuaresma nos lleva al Templo de Jerusalén para contemplar como Jesús a través de la entrega de su cuerpo en la cruz, pasa a ser el lugar definitivo de la presencia de Dios en medio de su pueblo; lugar desde el cual pueden seguirlo y adorarlo. Pidamos al Espíritu Santo que nos acompañe en este encuentro con la Palabra y nos ayude a escuchar los llamados que desde ella, Dios quiere hacernos para vivir en esta nueva semana.
Oración:
¡Espíritu Santo! Amor eterno del Padre y del Hijo,
te adoro, te doy gracias, te amo y te pido perdón
por todas las veces que te he ofendido en mí y en mi prójimo.
Desciende con abundancia de gracias en las sagradas ordenaciones
de los obispos y sacerdotes; en las consagraciones de los religiosos y religiosas;
en las confirmaciones de todos los fieles: sé luz, santidad y celo.
A ti, Santo Espíritu de verdad, consagro mi mente,
mi fantasía, mi memoria; ilumíname.
Haz que conozca a Jesucristo, nuestro Maestro,
y comprenda su Evangelio y la doctrina de la santa Iglesia.
Aumenta en mí el don de sabiduría, de ciencia,
de inteligencia y de consejo.
A ti, Espíritu santificador, consagro mi voluntad:
guíame para hacer lo que te agrada;
dame fuerza para cumplir con los mandamientos y con mis deberes.
Concédeme el don de fortaleza y el santo temor de Dios.
A ti, Espíritu vivificador, consagro mi corazón:
protege y aumenta en mí la gracia divina.
Concédeme el don de la piedad.
Amén
Leemos el evangelio varias veces identificando las personas, las situaciones y las realidades que Jesús va descubriendo en su llegada al Templo. Así mismo, los sentimientos que dichas realidades le generan y las confrontaciones que experimenta al entrar en contacto con las autoridades religiosas.
Del evangelio según san Juan (Jn 2, 13-25)
Estando cerca la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a otros sentados en sus puestos cambiando dinero. Entonces hizo un azote de cuerdas y los expulsó a todos del templo, lo mismo que los novillos y las ovejas, y tiró al suelo las monedas de los que cambiaban el dinero y les volcó las mesas. Y a los que vendían las palomas les dijo: “¡Quiten esto de aquí! ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!”. Sus discípulos se acordaron de que está escrito: “El celo por tu casa me devorará”. Las autoridades judías se dirigieron a Jesús y le dijeron: “¿Qué prueba nos das de que tienes derecho a hacer esto?”. Jesús les respondió: “Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré”. Las autoridades judías le replicaron: “Cuarenta y seis años llevan restaurando este santuario, ¿y tú lo vas a reconstruir en tres días?”. Pero el santuario del que Él hablaba, era su cuerpo. Así pues, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos cayeron en la cuenta de que a eso se refería, y dieron fe a la Escritura y a las palabras que había dicho Jesús. Mientras estuvo en Jerusalén para la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Él, al presenciar las maravillas que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que le informaran acerca de nadie: Él penetraba el interior de cada uno.
Profundicemos la lectura del relato respondiendo entre todos:
- ¿Con ocasión de cuál festividad sube Jesús a Jerusalén?
- ¿A quiénes encontró Jesús en el Templo?
- ¿Cuál fue su reacción?
- ¿Qué dijo a los vendedores de palomas?
- ¿Qué palabras recordaron sus discípulos en ese momento?
- ¿Qué prueba da Jesús a las autoridades religiosas cuando lo confrontan por expulsar a los comerciantes del Templo?
- ¿De qué santuario hablaba Jesús?
- ¿Por qué Jesús no se fiaba de los que empezaron a creer en él?
2. Meditación
El camino recorrido por Jesús hasta este Tercer Domingo de Cuaresma nos permite percibir la estrecha relación que tiene con la historia de su pueblo. Como el pueblo de Israel, Jesús estuvo en el desierto para purificar las intenciones de su corazón y reconocer a Yahvé como el único Dios verdadero. Subió también como Moisés a la montaña para renovar la Alianza y escuchar de boca del Padre la confirmación de su misión: “Este es mi hijo amado, ¡escúchenlo!”. Hoy llega a Jerusalén, al centro de la vida religiosa del pueblo judío, para percibir como dicho lugar, construido para alabar y glorificar a Dios ha sido convertido en un mercado. Jesús se llena de gran dolor y desconcierto al percibir como la relación con Dios pasó a estar mediada por sacrificios y rituales que llevaron a destinar dicho lugar sagrado para la venta de animales y el cambio de dinero. Situación que lo indigna y lo hace reaccionar airadamente: “¡Quiten esto de aquí! ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!”.
Jesús expulsa a los mercaderes del Templo y reta a las autoridades religiosas al afirmar que es capaz de reconstruir dicho lugar en tres días para denotar la necesidad de sanear la manera como hasta ahora, dichas autoridades habían conducido la relación con Dios. Una relación marcada más por el ofrecimiento de sacrificios rituales, pero que dejaba de lado la verdadera conversión del corazón. Una religiosidad que se quedaba en lo externo pero no se comprometía con las necesidades de los demás. De allí, que al hablar de su cuerpo como el nuevo santuario, denota que a través de su entrega y su resurrección, se da inicio a una nueva manera de entrar en relación con Dios, mediada ya no por sacrificios rituales sino por el amor, la donación de la propia vida y el servicio.
A la luz de aquello que hemos podido profundizar en el texto, revisemos nuestra propia vida y preguntémonos:
- ¿Cómo es nuestro culto a Dios?
- ¿Cómo vivimos y alimentamos nuestra relación cotidiana con Dios?
- ¿Vivimos una experiencia de fe centrada en las necesidades de los otros o nos conformamos solo con el cumplimiento de ciertas prácticas religiosas?
4. Contemplación
Entremos nuevamente en la escena del evangelio de este día y llevemos a nuestro corazón aquella palabra o expresión de Jesús que más nos ha impactado. Repitamos en nuestro interior varias veces y preguntémonos que enseñanza o llamado nos quiere comunicar el Señor a través de ella.
A partir de los llamados, las confrontaciones o enseñanzas que quedan en nosotros después de este encuentro con la Palabra, formulemos un propósito concreto para vivir esta semana.
Hna. Mariluz Arboleda Flórez, fsp
Después de la experiencia vivida en el desierto y en la montaña, el evangelio de este Tercer Domingo de Cuaresma nos lleva al Templo de Jerusalén para contemplar como Jesús a través de la entrega de su cuerpo en la cruz, pasa a ser el lugar definitivo de la presencia de Dios en medio de su pueblo; lugar desde el cual pueden seguirlo y adorarlo. Pidamos al Espíritu Santo que nos acompañe en este encuentro con la Palabra y nos ayude a escuchar los llamados que desde ella, Dios quiere hacernos para vivir en esta nueva semana.
Oración:
¡Espíritu Santo! Amor eterno del Padre y del Hijo,
te adoro, te doy gracias, te amo y te pido perdón
por todas las veces que te he ofendido en mí y en mi prójimo.
Desciende con abundancia de gracias en las sagradas ordenaciones
de los obispos y sacerdotes; en las consagraciones de los religiosos y religiosas;
en las confirmaciones de todos los fieles: sé luz, santidad y celo.
A ti, Santo Espíritu de verdad, consagro mi mente,
mi fantasía, mi memoria; ilumíname.
Haz que conozca a Jesucristo, nuestro Maestro,
y comprenda su Evangelio y la doctrina de la santa Iglesia.
Aumenta en mí el don de sabiduría, de ciencia,
de inteligencia y de consejo.
A ti, Espíritu santificador, consagro mi voluntad:
guíame para hacer lo que te agrada;
dame fuerza para cumplir con los mandamientos y con mis deberes.
Concédeme el don de fortaleza y el santo temor de Dios.
A ti, Espíritu vivificador, consagro mi corazón:
protege y aumenta en mí la gracia divina.
Concédeme el don de la piedad.
Amén
Leemos el evangelio varias veces identificando las personas, las situaciones y las realidades que Jesús va descubriendo en su llegada al Templo. Así mismo, los sentimientos que dichas realidades le generan y las confrontaciones que experimenta al entrar en contacto con las autoridades religiosas.
Del evangelio según san Juan (Jn 2, 13-25)
Estando cerca la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a otros sentados en sus puestos cambiando dinero. Entonces hizo un azote de cuerdas y los expulsó a todos del templo, lo mismo que los novillos y las ovejas, y tiró al suelo las monedas de los que cambiaban el dinero y les volcó las mesas. Y a los que vendían las palomas les dijo: “¡Quiten esto de aquí! ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!”. Sus discípulos se acordaron de que está escrito: “El celo por tu casa me devorará”. Las autoridades judías se dirigieron a Jesús y le dijeron: “¿Qué prueba nos das de que tienes derecho a hacer esto?”. Jesús les respondió: “Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré”. Las autoridades judías le replicaron: “Cuarenta y seis años llevan restaurando este santuario, ¿y tú lo vas a reconstruir en tres días?”. Pero el santuario del que Él hablaba, era su cuerpo. Así pues, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos cayeron en la cuenta de que a eso se refería, y dieron fe a la Escritura y a las palabras que había dicho Jesús. Mientras estuvo en Jerusalén para la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Él, al presenciar las maravillas que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que le informaran acerca de nadie: Él penetraba el interior de cada uno.
Profundicemos la lectura del relato respondiendo entre todos:
- ¿Con ocasión de cuál festividad sube Jesús a Jerusalén?
- ¿A quiénes encontró Jesús en el Templo?
- ¿Cuál fue su reacción?
- ¿Qué dijo a los vendedores de palomas?
- ¿Qué palabras recordaron sus discípulos en ese momento?
- ¿Qué prueba da Jesús a las autoridades religiosas cuando lo confrontan por expulsar a los comerciantes del Templo?
- ¿De qué santuario hablaba Jesús?
- ¿Por qué Jesús no se fiaba de los que empezaron a creer en él?
2. Meditación
El camino recorrido por Jesús hasta este Tercer Domingo de Cuaresma nos permite percibir la estrecha relación que tiene con la historia de su pueblo. Como el pueblo de Israel, Jesús estuvo en el desierto para purificar las intenciones de su corazón y reconocer a Yahvé como el único Dios verdadero. Subió también como Moisés a la montaña para renovar la Alianza y escuchar de boca del Padre la confirmación de su misión: “Este es mi hijo amado, ¡escúchenlo!”. Hoy llega a Jerusalén, al centro de la vida religiosa del pueblo judío, para percibir como dicho lugar, construido para alabar y glorificar a Dios ha sido convertido en un mercado. Jesús se llena de gran dolor y desconcierto al percibir como la relación con Dios pasó a estar mediada por sacrificios y rituales que llevaron a destinar dicho lugar sagrado para la venta de animales y el cambio de dinero. Situación que lo indigna y lo hace reaccionar airadamente: “¡Quiten esto de aquí! ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!”.
Jesús expulsa a los mercaderes del Templo y reta a las autoridades religiosas al afirmar que es capaz de reconstruir dicho lugar en tres días para denotar la necesidad de sanear la manera como hasta ahora, dichas autoridades habían conducido la relación con Dios. Una relación marcada más por el ofrecimiento de sacrificios rituales, pero que dejaba de lado la verdadera conversión del corazón. Una religiosidad que se quedaba en lo externo pero no se comprometía con las necesidades de los demás. De allí, que al hablar de su cuerpo como el nuevo santuario, denota que a través de su entrega y su resurrección, se da inicio a una nueva manera de entrar en relación con Dios, mediada ya no por sacrificios rituales sino por el amor, la donación de la propia vida y el servicio.
A la luz de aquello que hemos podido profundizar en el texto, revisemos nuestra propia vida y preguntémonos:
- ¿Cómo es nuestro culto a Dios?
- ¿Cómo vivimos y alimentamos nuestra relación cotidiana con Dios?
- ¿Vivimos una experiencia de fe centrada en las necesidades de los otros o nos conformamos solo con el cumplimiento de ciertas prácticas religiosas?
4. Contemplación
Entremos nuevamente en la escena del evangelio de este día y llevemos a nuestro corazón aquella palabra o expresión de Jesús que más nos ha impactado. Repitamos en nuestro interior varias veces y preguntémonos que enseñanza o llamado nos quiere comunicar el Señor a través de ella.
A partir de los llamados, las confrontaciones o enseñanzas que quedan en nosotros después de este encuentro con la Palabra, formulemos un propósito concreto para vivir esta semana.
Hna. Mariluz Arboleda Flórez, fsp
Llegamos al quinto domingo de Cuaresma, último del itinerario dominical que estamos recorriendo. El evangelio nos lleva a experimentar cada vez más la proximidad de los días santos, en los que conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Pidamos al Espíritu Santo que continúe iluminando nuestro camino de conversión y descubrir aquello que la Palabra nos invita a vivir en estos días previos a la Semana Mayor. Pidamos la luz del Espíritu Santo con la siguiente canción del ministerio de música chileno Canto Católico:
1) Lectura:
Leemos varias veces el evangelio tratando de identificar los personajes centrales, los temas descritos en él, y muy especialmente, aquello que dice Jesús sobre la proximidad de su hora:
Evangelio según san Juan 12, 20-33
Entre la gente que había subido a Jerusalén a adorar a Dios con motivo de la Pascua, había algunos no judíos. Se acercaron, pues, a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue y habló con Andrés; y ambos se acercaron a Jesús y se lo dijeron. Jesús les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro: Si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se apega a la vida, la pierde; pero el que no se apega a ella en este mundo, se asegura una vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. Al que quiera servirme, lo honrará mi Padre. Ahora mi alma está angustiada. ¿Le pido al Padre que me libre de esta hora? ¡Pero si para esta hora vine al mundo! ¡Padre, glorifica tu nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado, y lo volveré a glorificar”. La multitud que se hallaba presente, al oírla, pensó que era un trueno. Otros decían que le había hablado un ángel. Jesús, entonces, dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Este mundo va a ser juzgado ahora, ahora va a ser expulsado el que domina este mundo. Y yo, cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Con estas palabras daba a entender cómo iba a morir.
Reconstruimos el relato respondiendo a las siguientes preguntas:
- ¿Quiénes se encontraban entre los que fueron a Jerusalén por la Pascua?
- ¿Qué le preguntaron a Felipe?
- ¿Qué les responde Jesús a Andrés y Felipe?
- ¿Qué le pasa al grano de trigo?
- ¿Por qué Jesús está angustiado?
- ¿Qué dice la voz del cielo?
- ¿Con que palabras da a entender Jesús que va a morir.
2) Meditación
Jesús se encuentra en Jerusalén y siente cada vez más próximo el momento de su pasión y muerte. Como todo ser humano, en sus mismas circunstancias, experimenta gran angustia, pero más allá de querer dar marcha atrás, pide al Padre que lo fortalezca para vivir su hora: ¿Le pido al Padre que me libre de esta hora? ¡Pero si para esta hora vine al mundo! ¡Padre, glorifica tu nombre!”. En respuesta a la petición de Jesús y a su gran confianza en el Padre, este al igual que en el momento de la Transfiguración, habla desde el cielo para confirmar su misión: “Ya lo he glorificado, y lo volveré a glorificar”.
Jesús entrega al Padre lo más valioso, su propia vida e invita también a sus discípulos a reconocer la importancia de no tener miedo de darla y gastarla en el servicio a los demás: “El que se apega a la vida, la pierde; pero el que no se apega a ella en este mundo, se asegura una vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor”.
Jesús emplea también la figura del grano de trigo para indicarnos la necesidad de aprender a morir a cada momento a nuestros egoísmos, intereses, temores, comodidades, entre otros, para dar mucho fruto. Solo cuando damos el paso de salir de nosotros mismos, para ponernos en el lugar de los demás, somos capaces de reconocer todo el bien que podemos prodigarles. Así mismo, la gran riqueza que hay en compartir con fe y sencillez aquello que somos y tenemos, aún, cuando atravesamos por circunstancias trágicas o difíciles como la de Jesús.
Acompañemos a Jesús, en este momento doloroso y crucial de su vida, presentándole también nuestros sufrimientos, dolores, enfermedades o situaciones que nos angustian. Pidámosle que como él, podamos permanecer firmes, poner toda nuestra confianza en el Padre, para superar de su mano las adversidades por las que atravesamos.
A la luz de esta breve reflexión y de los llamados que la Palabra deja en nuestro corazón, preguntémonos:
- ¿Cómo afrontamos las circunstancias difíciles que vivimos?
- ¿Buscamos la ayuda de Dios en esos momentos?
- ¿Qué enseñanza nos deja la imagen del grano de trigo?
- ¿A qué actitudes o realidades personales necesitamos morir todavía en esta Cuaresma?
3) Oración
4) Contemplación
Imaginemos a Jesús junto a sus discípulos compartiéndoles la gran angustia que experimenta por la proximidad de su pasión. Escuchemos sus palabras de confianza en el Padre: “¡Pero si para esta hora vine al mundo! ¡Padre, glorifica tu nombre!”. Dejemos resonar estas palabras de Jesús en nuestro corazón, y pidámosle que transforme nuestras angustias en confianza para seguir adelante nuestro camino con serenidad y alegría.
5) Acción
Formulemos un propósito concreto para llevar a nuestra vida, en esta última semana del tiempo de Cuaresma.
Hna. Mariluz Arboleda, fsp.
"El tiempo de Adviento nos restituye el horizonte de la esperanza, una esperanza que no desilusiona porque está fundada sobre la Palabra de Dios. ¡Una esperanza que no desilusiona simplemente porque el Señor nunca desilusiona. Él es fiel y Él nunca desilusiona! Pensemos y sintamos esta belleza.
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar por el Camino es la Virgen María. Una simple joven de pueblo, que lleva en su corazón toda la esperanza de Dios. En su vientre, la esperanza de Dios ha tomado carne, se ha hecho hombre, se ha hecho historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en la potencia de su misericordia.
Dejémonos guiar por Ella que es madre, que es mamá y sabe cómo guiarnos, dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia operosa"
Papa Francisco
La palabra latina "adventus" significa "venida". En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Señor. El Adviento para el papa Francisco es una época que nos debe motivar para "acercarnos más y más al misterio del Señor y que lo
hagamos por el camino que Él quiere: el camino de la humildad, el camino de la mansedumbre, el camino de la pobreza, el camino de sentirnos pecadores. Así, Él viene a salvarnos, a liberarnos". Es una época en la que estamos invitados a comprender que "la grandeza del misterio de Dios solo se conoce en el misterio de Jesús, y el misterio de Jesús es precisamente un misterio de abajarse, de anonadarse, de humillarse, y trae la salvación a los
pobres, a quienes son aniquilados por muchas enfermedades,
pecados y situaciones difíciles".
El tiempo de Adviento tiene una duración de cuatro semanas. Inicia con las vísperas del domingo más cercano al 30 de noviembre y termina antes de las vísperas de la Navidad.
Se pueden distinguir dos grandes períodos en el Adviento: Un primer período hasta el 16 de diciembre y un segundo período del 17 al 24 de diciembre.
le falta cielo en la tierra,
si no lo riega de tu amor.
Rompa el cielo su silencio,
baje el rocío a la flor,
ven señor, no tardes tanto,
Ven, Señor.
Amén
Tiempo de Adviento, tiempo de espera. Dios se acerca, Dios que ya llega. Esperanza del pueblo, la vida nueva.
El Reino nace, don y tarea. Con Jesús niño-Dios, ayúdanos, Señor, a abrigar la esperanza que nace en cada Adviento, a escuchar los clamores de tu pueblo, a regar con nuestras vidas la semilla de tu Reino, a ser mensajeros de tu Amor, a construir comunidades de servicio y oración.
Referencias:
Equipo Paulinas. (2021). Preparación para el tiempo de Adviento.
Equipo Paulinas. (2024). Misal Popular- Noviembre y diciembre. Paulinas.
Liturgia de las Horas. Tomo III. Conferencia Episcopal de México y Colombia, 1980, p. 583- 584.
El Adviento nos invita a celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su primera venida.
Este Jesús que nació en Belén volverá al final de los tiempo. El primer Adviento que vivieron los cristianos, fue la espera del retorno glorioso de Jesús al final de los tiempos.
Por ello, para el Papa Francisco "Jesús no es un personaje del pasado: también hoy Él sigue iluminando el camino del hombre".
Conversión y alegría verdadera
El Adviento nos invita a vivir en el presente de nuestra vida diaria la presencia viva de Jesucristo en nosotros y, por nosotros, en el mundo. Estar siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y en el amor.
El papa Francisco nos exhorta permanentemente a "hacer siempre presente a Jesucristo, Príncipe de la paz, trabajando por la verdad y la justicia".
En esta época de Aviento se nos invita a vivir dos grandes actitudes:
· A vivir la alegría que aparece desde ya reflejada en el texto de Isaías del miércoles de la primera semana de Adviento: "Este es Yahvé en quien esperábamos; alegrémonos, saltemos de gozo por su salvación" (Is 25, 9).
· A experimentar el llamado a la conversión que resuena en la voz de Juan Bautista, el gran profeta del Adviento: "Conviértanse, que ha llegado el reino de los cielos"
(Mateo 3, 2).
“Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé.
Pero ahora, Señor, en este Adviento, clamo a Ti:
Ven a mi vida y transforma mi corazón.
Despiértame de mi letargo,
quita de mí todo lo que me aleja de tu amor,
y haz que mi corazón arda en el deseo de buscarte.
Te he buscado en las cosas del mundo,
pero solo en Ti, que te hiciste carne por amor,
mi alma encuentra descanso.
Oh Señor, no permitas que me desvíe,
y enséñame a caminar por tus sendas.
En este tiempo de espera, renueva mi espíritu,
hazme humilde para aceptar tu luz
y generoso para compartirla con mis hermanos.
Ven, Señor Jesús, y hazme nuevo,
porque solo Tú puedes convertir mi corazón.
Amén.”
- (Inspirada en San Agustín)
"Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha guiado, lo ha custodiado, ha prometido que le estará siempre cerca. En el Libro del Deuteronomio leemos que Dios camina con nosotros, nos guía de la mano como un papá con su hijo.
Esto es hermoso. La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo. Y también es una consolación, un misterio de consolación. Muchas veces, después de la misa de Nochebuena, pasé algunas horas solo, en la capilla, antes de celebrar la misa de la aurora, con un sentimiento de profunda consolación y paz. Para mí la Navidad siempre ha sido esto: contemplar la visita de Dios a su pueblo.
¿Cuál es el mensaje para las personas de hoy?
Nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas:
·La primera: tengan esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca. Es el papá que nos abre las puertas.
·Segunda: no tengan miedo de la ternura. Cuando los cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura se vuelven una Iglesia fría, que no sabe dónde ir y se enreda en ideologías, en las actitudes mundanas. Mientras la sencillez de Dios te dice: sigue adelante, yo soy un Padre que te acaricia.
El papa Francisco nos invita a vivir este tiempo de Adviento como preparación directa a la Navidad "con la oración, la caridad y la alabanza, y con un corazón abierto a dejarse encontrar por el Señor que todo renueva". Esta es la ruta que nos propone a nosotros los fieles cristianos católicos.
Por ello, podemos contemplar y reflexionar a partir de cada uno de los grandes personajes de este tiempo que anuncian la esperanza, la reconciliación y la venida del Mesías, junto con el mensaje central que nos llama a vivir en la espera de la venida del Señor Jesús.
De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido,
en la entraña feliz de la Virgen,
de su carne se ha revestido.
El amor hizo nuevas las coas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que todo lo puede
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría;
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.
Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que amoroso nos ha bendecido
y a su reino nos ha destinado.
Amén.
Ella está íntimamente asociada, por su unión con Cristo, a lo que creemos. En la concepción virginal de María tenemos un signo claro de la filiación divina de Cristo. El origen eterno de Cristo está en el Padre; él es el Hijo, en sentido total y único; y por eso, es engendrado en el tiempo sin concurso de varón. Siendo Hijo, Jesús puede traer al mundo un nuevo comienzo y una nueva
luz, la plenitud del amor fiel de Dios, que se entrega a los hombres. Por otra parte, la verdadera maternidad de María ha asegurado para el Hijo de Dios una verdadera historia humana, una verdadera carne, en la que morirá en la cruz y resucitará de los muertos. María lo acompañará hasta la cruz, desde donde su maternidad se extenderá a todos los discípulos de su Hijo.
Jesús Maestro, santifica mi mente y aumenta mi fe.
Jesús docente en la Iglesia, atrae a todos a tu escuela.
Jesús Maestro, líbrame del error, de los vanos pensamientos
y de las tinieblas eternas.
Jesús, Camino entre el Padre y nosotros, todo lo ofrezco y todo lo espero de ti.
Jesús, Camino de santidad, hazme tu fiel imitador.
Jesús Camino, hazme perfecto como el Padre que está en los cielos.
Jesús Vida, vive en mí, para que yo viva en ti.
Jesús Vida, no permitas que yo me separe de ti.
Jesús Vida, haz que yo viva eternamente el gozo de tu amor.
Jesús Verdad, que yo sea luz del mundo.
Jesús Camino, que yo sea ejemplo y modelo
para las personas.
Jesús Vida, que mi presencia lleve a todos partes gracia y consuelo
1. Jesús Verdad: Verbo revelador
Jesús, Maestro divino, te adoramos como verbo encarnado enviado por el Padre para enseñar a los hombres las verdades que dan la vida. Tú eres la verdad increada, el único Maestro; solo tú tienes palabras de vida eterna. Te damos gracia por haber encendido en nosotros la luz de la razón y de la fe, y habernos llamado a la luz de tu gloria. Nos adherimos con toda nuestra mente a ti y a la Iglesia: y rechazamos cuanto la Iglesia rechaza. Maestro, muéstranos los tesoros de tu sabiduría, danos a conocer al Padre, haznos auténticos discípulos tuyos. Aumenta nuestra fe, para que lleguemos a contemplarte eternamente en el cielo.
Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros.
2. Jesús Camino: Mediador y modelo
Jesús, Maestro divino, te adoramos como el amado del Padre, único Camino para llegar a Él. Te damos gracias porque te has hecho nuestro modelo, nos ha dado ejemplos de la más alta perfección e invitado a todos a seguirte aquí en la tierra y en el cielo. Te contemplamos en los diversos momentos de tu vida terrena; dócilmente nos ponemos a tu escuela y rechazamos toda moral diversa de la tuya. Atráenos a ti para que busquemos únicamente tu voluntad, siguiendo tus huellas y renunciando a nosotros mismos. Acrecienta en nosotros la esperanza activa y el deseo de asemejarnos a ti, para que al final de la vida podamos poseerte por toda la eternidad.
Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros.
3. Jesús Vida: Unigénito y sacerdote eterno
Jesús, Maestro divino, te adoramos como unigénito de Dios, venido al mundo para dar a los hombres la Vida en plenitud. Te damos gracias porque, muriendo en la cruz, nos ha merecido la vida, que nos comunicas en el bautismo y alimentas en la Eucaristía y los demás sacramentos. Vive en nosotros, Jesús, con la efusión del Espíritu Santo, para que te amemos con toda la mente, con todas las fuerzas y todo el corazón; y amemos al prójimo como a nosotros mismos por amor tuyo. Aumenta en nosotros la caridad, para que un día, llamados del sepulcro a la vida gloriosa, participemos contigo en el eterno del cielo.
Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros
4. Cristo viviente en la Iglesia
Jesús, Maestro divino, te adoramos viviente en la Iglesia, tu cuerpo místico y nuestra única arca de salvación. Te damos gracias por habernos dado esta madre infalible e indefectible, en la que tú sigues siendo para los hombres Camino, Verdad y Vida. Te pedimos que los no creyentes se acerquen a su luz inextinguible, que vuelvan quienes se han apartado de ella y todo el género humano se una en la fe, en la común esperanza y en el amor. Fortalece a la Iglesia, asiste al Papa, santifica a los sacerdotes y a cuantos se han consagrado a ti. Señor, Jesús, hacemos nuestro tu anhelo: que haya un solo rebaño bajo un solo pastor, para que todos podamos reunirnos en la Iglesia triunfante del cielo.
Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros.
5. Cristo siempre apóstol del Padre
Jesús, Maestro divino, te adoramos con los ángeles que cantaron el motivo de tu encarnación: “Gloria a Dios y paz a los hombres”. Te damos gracias por habernos llamado a compartir tu misma misión. Enciende en nosotros la llama de tu mismo amor al Padre y a los hombres. Llena de ti todas nuestras facultades: vive en nosotros para que te demos a conocer con el apostolado de la oración y del sufrimiento, de las ediciones y de la Palabra, del ejemplo y de las obras. Envía buenos obreros a tu mies; ilumina a los predicadores, maestros y escritores; infunde en ellos al Espíritu Santo; dispón las mentes y los corazones para que lo acojan. Ven, Maestro y Señor, enseña y reina por María, nuestra madre, maestra y reina.
Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, ten piedad de nosotros.
Oh Maestro, tú tienes palabras de vida eterna. Sustituye mi mente, mis pensamientos por ti mismo, tú que iluminas a todos los hombres y eres la verdad misma. Yo no quiero razonar sino como tú enseñas, ni juzgar más que según tus juicios, ni pensar sino en ti, verdad sustancial, que me ha dado el Padre: "Vive en mi mente, oh Jesús verdad".
Tu vida es precepto, camino, seguridad única, verdadera, infalible. Desde el pesebre, desde Nazaret y desde el Calvario todo es un trazar el camino divino de amor al Padre, de pureza infinita, de amor a las almas, al sacrificio... Haz que yo la conozca, haz que siga siempre tus huellas de pobreza, castidad y obediencia. Cualquier otro camino es amplio... no es tuyo. Jesús, yo ignoro y detesto todo camino no señalado por ti. Quiero lo que tú quieres; establece tu voluntad en lugar de la mía.
Cambia mi corazón por el tuyo, que mi amor a Dios, al prójimo y a mí mismo sea sustituido por el tuyo. Que mi vida pecadora, humana, sea cambiada por la tuya, divina, purísima, sobre toda la naturaleza. "Yo soy el Camino". Por eso, para ponerte a ti en mí, cuidaré con esmero la comunión, la santa misa, la visita al Santísimo, la devoción a la Pasión. Y que esta vida llegue a manifestarse en las obras "para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo", tal como le ocurrió a san Pablo. Vive en mí, oh Jesús, vida eterna, vida sustancial.
Jesús Maestro, acepta el pacto que te proponemos por manos de María Santísima, Reina de los Apóstoles, y de San Pablo nuestro padre.
Nosotros tenemos que corresponder plenamente a tu altísima voluntad, alcanzar el grado de perfección y gloria celestial a que nos has destinado, y ejercer santamente el apostolado de la comunicación social. Pero somos muy débiles, ignorantes, incapaces y deficientes en todo: en el espíritu, en la ciencia, en el apostolado, en la pobreza. Tú, en cambio, eres el Camino, la Verdad y la Vida, la Resurrección, nuestro único y sumo Bien. Ponemos nuestra confianza solo en ti que has dicho: “Cualquier cosa que pidan al Padre en mi nombre, se la concederá”.
Por nuestra parte, prometemos y nos obligamos a buscar en todo y de todo corazón, en la vida y en el apostolado, solo y siempre, tu gloria y la paz de las personas. Y contamos que por parte tuya nos darás: espíritu bueno, gracia, ciencia y medios para hacer el bien.
Multiplica, según tu inmensa bondad y las exigencias de nuestra vocación especial, los frutos de nuestra labor espiritual, de nuestro estudio, de nuestro apostolado y de nuestra pobreza. No desconfiamos de ti, sino que tememos por nuestra inconstancia y debilidad.
Dígnate, pues, Maestro bueno, por la intercesión de nuestra Madre María, tener para con nosotros la misericordia que tuviste con el apóstol Pablo, a fin de que, fieles en imitar a este nuestro padre en la tierra, logremos ser sus compañeros en la gloria del cielo. Amén.
Ven, Jesús Maestro, dígnate aceptar la hospitalidad que te ofrecemos en nuestro corazón. Queremos prepararte el consuelo y el descanso que encontrabas en Betania, en casa de las dos Pías Discípulas: Marta y María.
En la alegría de tenerte entre nosotras, te rogamos nos concedas en nuestra vida contemplativa, la intimidad que gozaba María y aceptes la parte de nuestra vida activa, según el espíritu de la fiel y trabajadora Marta.
Ama y santifica nuestra Congregación, como amaste y santificaste a la familia de Betania.
En la dulce hospitalidad de aquella casa, pasaste los últimos días de tu vida terrena, preparándonos el don de la Eucaristía, del sacerdocio, de tu misma vida. Jesús, Camino, Verdad y Vida, haz que correspondamos a tu gran amor, sacrificando nuestros apostolados: servicio eucarístico, servicio sacerdotal y servicio litúrgico.
Para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Manda, Jesús, obreros a tu mies, que espera en todo el mundo a los apóstoles y sacerdotes santos, a las misioneras heroicas, a las religiosas amables e incansables.
Enciende en los corazones de los jóvenes y de las jóvenes la luz de la vocación, y haz que las familias cristianas quieran distinguirse en dar a tu Iglesia los cooperadores y las cooperadoras del mañana. Amén.
Seguramente hemos escuchado muchos títulos para referirnos a Jesús, algunos que expresan más familiaridad, “hermano, amigo, compañero de camino, Jesús Misericordioso, Buen Pastor”; otros nombres imprimen una mayor solemnidad, “Cristo, Señor, Hijo de David, Logos, Hijo de Dios, Hijo del Hombre, Cordero de Dios, Salvador, Nuevo Adán…”, etc. Cada uno de estos títulos cristológicos evocan un contexto específico en el que se configura dicho nombre y a la vez, una forma de relación vital con él, es decir, la persona asume una espiritualidad que permea su vida, orienta todo en conformidad a su forma de creer, al menos en el ideal debería serlo.
Para la Familia Paulina, fundada por el Beato Santiago Alberione, la centralidad de la vida es Jesús Maestro, por tanto, la experiencia de vida se da en el dinamismo Maestro – discípulo. La espiritualidad se entiende como una línea transversal integral que ilumina todo, a la persona toda en cada una de sus dimensiones cotidianas (apostolado, estudiosidad, fraternidad, vida de oración), por ello, la experiencia del seguimiento es de discipulado y no otras, como puede ser la experiencia esponsal. Seguimos al Maestro de Maestros, Maestro del amor, de la vida, de la alegría, del servicio… Jesús es Maestro en cada dimensión que podemos contemplar, nos precede con su ejemplo, enseña y se torna vehículo para alcanzarlo.
Te llamo MAESTRO porque quiero aprender de TI.
Te llamo LUZ porque quiero caminar hacia Ella.
Te llamo CAMINO porque quiero seguirte.
Te llamo VIDA porque no quiero apartarme de ti.
Te llamo VERDAD porque creo en Ti.
Te llamo GUIA porque quiero seguir Tus Mandamientos.
Te llamo BUENO porque Te Amo.
Te llamo ETERNO porque quiero pensar más allá del Mundo.
Te llamo NOBLE porque quiero abandonar mis maldades.
Te llamo TODOPODEROSO porque tengo temor de alejarme del Ti.
Te llamo JUSTO porque eres mi ejemplo a Seguir.
(Tomado de: Pequeña escuela de oración).
En los textos bíblicos encontramos varias referencias a Jesús como Maestro, que es camino, verdad y vida para la humanidad de todos los tiempos (Jn 13, 1-17; Mt 23, 1-10; Jn 14, 1-14).
Un Maestro que nos enseña el camino para llegar al Padre, cada una de sus palabras y gestos se tornan acción simbólica para la vida de sus discípulos y a la vez, para todos aquellos en el camino de discipulado hoy. Sus palabras y gestos evocan mucho más allá de lo que nuestros ojos pueden ver, Jesús expresa realidades mucho más profundas en cada una de sus acciones, en todo ello nos señala el camino y la forma en cómo debemos andarlo.
Jesús es camino y abre tantos otros con su paso: frente al odio abre camino al amor, en medio de la injusticia y la guerra busca las sendas de la justicia y la paz, en medio de los marginados y los que sufren es camino de acogida y consuelo; en fin, Jesús nos muestra que no hay camino hecho, sino como reza la canción, se hace camino al andar, y es en ese andar cotidiano donde estamos llamados a contemplar con nueva mirada ¿qué haría Jesús en esta situación?, ¿qué camino nuevo abriría?, ¿por qué senda se pondría a andar?
Ante tantas incertidumbres de la vida Jesús es la Verdad, es como aquella luz que a pesar de todas las tinieblas sigue alumbrando con firmeza, no se deja opacar por los vientos de la falsedad. La verdad de Jesús es su vida, muchos en su tiempo le llamaron profeta, porque anuncia y denuncia lo que es debido.
Muchos esperaban la llegada de un reino donde todo se solucionaría mágicamente, Jesús en cambio anunció un reino diferente al que esperaban, este no está exento de dificultad, persecución, negación e incluso traición de sus más allegados; no trata de ganar popularidad entre sus seguidores, su obra es la de Dios y va por ella hasta las últimas consecuencias; su Verdad desarma estructuras, leyes y personas; la verdad es así, a veces puede incomodar pero también liberar.
En nuestro tiempo, con la inmediatez y la eficacia de los medios, recibimos cantidad de informaciones, ¿cuántas de ellas son verdaderas? Seamos valientes, defendamos la verdad, cultivemos el espíritu crítico y la astucia para anunciar el Evangelio en los contextos tan desafiantes que hoy nos acompañan, seamos claros en nuestras propuestas, jamás sacrifiquemos nuestras convicciones para encajar o agradar a nadie. Seamos hombres y mujeres de la Verdad.
¿Sobre qué o quiénes estamos afianzando nuestra vida, nuestros proyectos, sueños? Pidamos la gracia al Señor, de que realmente Jesús sea ese motor en nuestra vida, esa fuerza que nos motive a levantarnos por la mañana, Aquel que inspire nuestras decisiones en la jornada, Aquel con quien contemplemos el rápido paso del tiempo.
Jesús es Vida, nos da vida con su entrega amorosa, nos alimenta con su cuerpo y sangre en cada altar donde celebramos la Eucaristía, nos renueva con su misericordia, nos da la oportunidad de amar y ser amados, nos hace vibrar con los gestos más sencillos y nobles que encontramos en nuestros padres, en la familia, en los hijos, en los amigos, en la sonrisa de alguna persona que por casualidad encontramos en la calle; son tantos los motivos para agradecer y celebrar la vida junto a Jesús, a veces casi imperceptibles, pero cuando nos damos la oportunidad de contemplarlos son realmente transformadores. Así que, no tengamos miedo de entrar en la escuela del Maestro.
Jesús Maestro, santifica mi mente y aumenta mi fe.
Jesús Maestro, docente en la Iglesia, atrae a todos a tu escuela.
Jesús Maestro, líbrame del error, de los vanos pensamientos
y de las tinieblas eternas.
Jesús, Camino entre el Padre y nosotros, todo lo ofrezco y todo lo espero de ti.
Jesús, Camino de santidad, hazme tu fiel imitador.
Jesús Camino, hazme perfecto como el Padre que está en los cielos.
Jesús Vida, vive en mí, para que yo viva en ti.
Jesús Vida, no permitas que yo me separe de ti.
Jesús Vida, haz que yo viva eternamente el gozo de tu amor.
Jesús Verdad, que yo sea luz del mundo.
Jesús Camino, que yo sea ejemplo y modelo para la humanidad.
Jesús Vida, que mi presencia lleve a todas partes gracia y consuelo.
(Tomado de: Oraciones de la Familia Paulina).
Es un bonito mes en el que nos proponemos tres cosas:
Conocer a San Pablo y dar gracias al Señor por haber obrado tantas maravillas en el apóstol Pablo: convirtiéndolo del judaísmo; enriqueciéndole con tanta ciencia; encendiéndole del más puro amor a Jesús; llenándole del más sagrado celo; dándole constancia el predicar el Evangelio hasta el martirio.
Imitar un poco las virtudes de San Pablo, en particular aquellas en que más se distinguió: la humildad, la caridad, la prontitud en corresponder a las gracias del Señor; y aún más, en las virtudes que le han ganado la admiración en el mundo entero, a saber, el celo por las almas, el espíritu de sacrificio, la fe inquebrantable.
Rezar al Apóstol para que nos obtenga la abundancia de gracia que él tuvo del Señor. Quienes se le acercaron en la tierra obtuvieron muchos bienes espirituales e incluso materiales: también ahora, cuando se encuentra ya glorioso en el paraíso, podemos pedir, esperar y recibir.
San Pablo es precisamente el apóstol al que nosotros, descendientes de los gentiles, debemos especialísimo reconocimiento, ya que él es nuestro Apóstol, por haber sido el apóstol de los gentiles.
San Pablo es de un corazón tan bueno, suave cual de padre, que san Juan Crisóstomo lo consideró altamente semejante al corazón de nuestro Señor Jesucristo.
San Pablo entró tan vivamente en el espíritu, en el amor, en la doctrina del Maestro Divino, que cada día más se le reconoce como el discípulo fidelísimo, el intérprete más acreditado.
San Pablo es el apóstol que cada día va siendo más conocido, amado, invocado, a medida que el mundo se hace capaz de comprender mejor.
Estaremos con San Pablo con el espíritu de Tito, que tuvo la suerte de tratar familiarmente con el Apóstol durante mucho tiempo.
Él estuvo como discípulo, ante todo, lleno de admiración por la vida del apóstol, trataba de vivir como él.
Imitaremos sus virtudes, en particular nos preguntaremos constantemente ¿Qué haría San Pablo si estuviera en mi lugar?
Tito escuchaba las enseñanzas de Pablo, conservaba en su corazón y las meditaba. También tenía la suerte de orar con el apóstol, notaba su corazón inflamado.
Por su parte el apóstol llevaba a Tito en su corazón, para el pedía la divina misericordia y le obtenía todo género de gracias.
Meditando los ejemplos del apóstol Pablo, estudiando sus enseñanzas y rezándole, nos formaremos en él: seremos en el espíritu y en el corazón verdaderos paulinos.
OBSEQUIO: con humildad recitemos las palabras de san Pablo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”
San Pablo apóstol, ruega por nosotros.
Apóstol san Pablo, que con tu doctrina y caridad has evangelizado al mundo entero, mira con bondad a tus hijos y discípulos. Todo lo esperamos de tus súplicas al Maestro divino y a María Reina de los apóstoles. Haz, doctor de las gentes, que vivamos de fe, nos salvemos por la esperanza y reine en nosotros la caridad. Concédenos, instrumento elegido, una dócil correspondencia a la gracia divina a fin de que no quede infructuosa en nosotros. Haz que cada vez más te conozcamos, amemos e imitemos; que seamos miembros activos de la Iglesia, cuerpo místico de Jesucristo. Suscita muchos y santos apóstoles que aviven el cálido soplo de la verdadera caridad. Haz que todos conozcan y glorifiquen a Dios y al Maestro divino, Camino, Verdad y Vida. Y tú, Señor Jesús, que nos ves desconfiar de nuestras fuerzas, concédenos por tu misericordia ser defendidos contra toda adversidad, por la poderosa intercesión de san Pablo, nuestro maestro y padre. Amén.
San Pablo, maestro de las gentes, mira con simpatía
y con amor a esta nación nuestra y a todos sus habitantes.
Tu corazón se ha dilatado para acoger y estrechar a todos los pueblos en el abrazo de la paz;
que ahora desde el cielo, el amor de Cristo te impulse a iluminar a toda la humanidad
con la luz del Evangelio y a establecer el reino del amor.
Apóstol santo, ilumínanos, fortalécenos y bendícenos.
Amén.
Apóstol san Pablo que de perseguidor del nombre
cristiano te hiciste apóstol fiel de Jesucristo,
y por darlo a conocer a todo el mundo,
padeciste cárceles, azotes, lapidaciones,
naufragios y toda clase de persecuciones,
derramando hasta la última gota de tu sangre:
concédenos la gracia de saber aceptar con fe las
enfermedades, sufrimientos y dificultades de la vida
presente, de modo que las vicisitudes de nuestro
caminar no nos aparten del servicio de Dios, sino que
fortalezcan nuestra fidelidad y entrega.
Amén
En un ambiente festivo y lleno de esperanza el pueblo aclama por su rey, su liberador, el esperado de tantos tiempos. El grito del pueblo “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” expresa la esperanza de generaciones enteras esperando el día grande, el fin a la injusticia y sufrimiento. El Rey y Mesías se encaminaba a la gran Jerusalén, el pueblo acompaña con euforia cada paso, sin embargo, su triunfal entrada fue en un pequeño burrito.
Este pequeño gesto ya es desconcertante para sus seguidores, sin embargo todos, incluídos sus discípulos celebran con alegría este gran recibiemiento que hacen a su Maestro. Solo Jesús sabe la verdad, muy pronto la gran festividad por su llegada se tornará en amargura de algunos corazones y confusión en la vida de sus seguidores, gran sorpresa se aproximaba y dejaría sin palabras a todo cuanto el pueblo esperaba. La misión de Jesús se va cumpliendo paso a paso, entre tanto, espera que en cada uno de esos momentos los que están a su lado puedan ir develando con mayor claridad el gran legado de esta su “última semana”, que lo guarden en su corazón y les impulse en el futuro.
Al entrar en esta Semana Mayor, evocamos la acogida que hace el pueblo, muchos salen a su encuentro porque reconocen que es el Maestro, el único capaz de colmar las inquietudes más profundas de la existencia humana.
Es fácil acoger la presencia de Dios en los tiempos de fiesta, pero nos resistimos a creer que Dios también se hace presente en los momentos de cruz, nos sentimos olvidados e incluso reclamamos por la adversidad que vivimos, desearíamos no tener “cruces” para cargar, porque pesan y lastiman.
Sin embargo, este Rey que acogemos en este Domingo de Ramos, es el mismo Maestro que ha enseñado antes la humildad, que ha preferido servir a ser servido, que ha anunciado un reino de los pobres, de los pequeños, de los enfermos, pecadores y marginados, un reino para todos. Para Jesús, reinar es servir y servir es amar. De ninguna manera significa que Jesús aparte la mirada de la realidad, sino que a lo largo de toda su vida ha expresado el sentido verdadero del Reino de Dios.
¿Es la cruz el fracaso de su entrada triunfal? ¡Por supuesto que no! Al contrario, la cruz será la consecuencia de su vida, entrega y servicio, el cumplimiento de las promesas de Dios en una clave tan sublime como es el Amor hasta el extremo. Entre sobrevivir y salvarse a sí mismo, Jesús elige amar, esta ha sido su opción a lo largo de toda su vida, no sería diferente en este punto del camino. Y en esta elección del amor, nos dice que no rechaza el sufrimiento, el dolor, la cruz, sino que la asume plenamente.
Muchos dicen ¿Dónde estaba Dios en ese momento de cruz? Tenemos la certeza que Jesús ha acogido plenamente también lo más frágil de nuestra humanidad, así que ¿Dónde está Dios? Acompañando nuestra soledad, secando con sus manos las lágrimas de nuestro llanto, devolviendo nuestra ilusión con su Palabra, alentando nuestros sueños, aligerando nuestras cargas, amando nuestras cruces.
Nuestro Maestro, Aquel que amó primero, nos ama y está con nosotros hasta el fin. Pidamos la gracia de una mirada profunda, para saber celebrar con gratitud los acontecimientos de nuestra vida y acoger sin desesperar las cruces que a veces nos llegan. En una homilía que recientemente escuché, decía el sacerdote: “No pretendamos enseñarle a Dios como ser Dios, dejemos a Dios ser Dios”. Cuando nuestras expectativas se frustren el Señor nos baste, nos conceda la gracia de acoger su voluntad, y si aquello que nos diera no lo quisiéramos y nos sobresalte la resistencia, pidámosle entonces que nos conceda la gracia de su consuelo e ir adelante, aunque nos cueste.
“En cada espacio, cada encuentro, cada ser humano.
Solo para cantar tu amor,
en la cima de mis plenitudes y el en dolor,
estás Tú, ¡siempre Tú.
Ilusionando en mis anhelos y mis sueños,
sobreviviendo mis fracasos y mis miedos,
creyendo en mí, queriéndome junto a Ti”.
Nos recuerda el Papa Francisco, “el Señor está cerca de cada uno de nosotros, de ti y de mí, en mis caídas, en mi desolación, cuando me han traicionado o he traicionado, cuando me siento descartado o he descartado a otros, cuando me siento abandonado… Él está ahí, siempre conmigo, en los tantos caprichos y porqués sin respuesta, siempre ahí” (Ángelus 02 de abril de 2023).
Pero también nosotros podemos ser signos de amor y consuelo para el otro, esto fue lo que hizo Jesús, se anonadó a sí mismo por amor a la humanidad, este gesto sea en nuestra vida un don constante de la ofrenda y la acogida. Siempre en actitud de acogida, siempre actitud oferente.
Jesús no quiere un recibimiento solemne si está vacío nuestro corazón.
Uno quisiera tener todo en sus manos y al final no tiene nada.
Cuando se anima y descubre que no tiene nada,
recién ahí puede disfrutar de todo.
Descubre la luz y la vida de la entrega,
el descanso en el abandono,
ese lanzarse y siempre ser sostenido.
Manos que sostienen y protegen sin ser las propias.
Manos que acarician y nutren
del otro lado del abismo y del silencio.
Quisiera tener todo en sus manos;
el miedo lo frena y no se suelta.
Teme la caída y hace de la soledad una máscara oscura.
Nacer de nuevo es la propuesta de la Voz en aquellas mismas manos.
Donde el abismo se torna rostro de Amor.
Mirada tierna, sonrisa de Reino y manos que abrazan lágrimas.
Así descansar en la misma entrega
y no hacer nada más.
(Marcos Alemán, sj)
Marca el fin de la Cuaresma y el comienzo del triduo pascual. Es un día de alegría, amor y gratitud que conmemora la última cena de Jesús con sus discípulos en la que se ofrece como pan y vino de salvación para toda la humanidad. Conmemora también la institución del sacerdocio ministerial y el mandamiento del amor. La celebración del Jueves Santo nos invita a contemplar las manos de Jesús: manos del servidor que lava los pies de sus discípulos, manos del salvador que ofrece el pan y el vino, signos de su vida entregada, manos del cordero que luego serán clavadas en la cruz.
Motivación: En este Jueves Santo en que conmemoramos la institución del Sacramento de la Eucaristía, estamos invitados a renovar en familia la celebración de este gran misterio y descubrir como Jesús a través de su cuerpo y su sangre, sigue alimentando la vida de la humanidad. Si bien, la situación actual nos priva de celebrar este día ante la presencia de Jesús sacramentado, en nuestros templos parroquiales, podemos vivirlo en familia disponiendo nuestro corazón y organizando un espacio especial de nuestra casa para ello.
Ambientación:
- Una mesa pequeña.
- Un pan.
- Una imagen o dibujo de la última cena.
- Una hoja con la foto de la familia.
- Letrero: “Hagan esto en conmemoración mía”.
Guía: Nos reunimos en esta tarde para celebrar en familia la institución de la Eucaristía y recordar como a través de este sacramento, Jesús nos invita a hacer del amor, el servicio y la entrega, los valores centrales de nuestra identidad cristiana. Dispongamos nuestro corazón para vivir y celebrar este momento, y renovar el amor que nos une a nuestros seres queridos.
Canto:
Pan transformado en el cuerpo de cristo,
Vino transformado en la sangre del señor.
Eucaristía milagro de amor.
Eucaristía presencia del señor.
Cristo nos dice tomen y coman.
Este es mi cuerpo que ha sido entregado.
Eucaristía milagro de amor.
Eucaristía presencia del señor.
Cristo en persona nos viene a liberar
De nuestro egoísmo y la división fatal.
Eucaristía milagro de amor.
Eucaristía presencia del señor.
Guía: Escuchemos con fe y atención el evangelio de este día que nos ayuda a rememorar los últimos momentos compartidos entre Jesús y sus discípulos y las enseñanzas que quiere transmitirles con el signo del lavatorio de los pies.
Evangelio según san Juan 13, 1-15
Se acercaba la fiesta de la Pascua, y Jesús sabía que le había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre. Y habiendo amado a sus discípulos que se quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Mientras cenaban, cuando ya Judas, el hijo de Simón Iscariote, inducido por el diablo, había decidido en su corazón traicionarlo, y sabiendo Jesús que el Padre le había dado poder sobre todas las cosas y que habiendo venido de Dios a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto, y se puso una toalla alrededor de la cintura. En seguida echó agua en una palangana y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla. Cuando llegó a Simón Pedro, este le dijo: “Señor, ¿vas tú a lavarme a mí los pies?”. Jesús le respondió: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero después lo entenderás”. Pedro le contestó: “¡No me lavarás los pies jamás!”. Jesús le respondió: “Si no te lavo, no tendrás nada que ver conmigo”. Simón Pedro le replicó: “Entonces, Señor, no me laves solamente los pies; ¡lávame también las manos y la cabeza!”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse sino los pies; ya está todo limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos”. Él sabía quién era el que lo iba a traicionar. Por eso dijo que no todos estaban limpios. Cuando terminó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto y volvió a la mesa. Entonces les dijo: “¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y con razón, pues lo soy. Por tanto, si yo, que soy su Señor y Maestro, les lavé los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les di ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.
Guía: Jesús siguiendo la tradición de su pueblo se reúne con sus discípulos para celebrar la cena pascual. Cena que los judíos vivían con gran devoción ya que a través de ella, recordaban como Dios los había liberado de la esclavitud de Egipto. En este contexto celebrativo, Jesús aprovecha para enseñar a sus discípulos el valor del servicio a través del gesto del lavatorio de los pies: “Se levantó de la mesa, se quitó el manto, y se puso una toalla alrededor de la cintura. En seguida echó agua en una palangana y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla”.
Lector 1: Al lavar los pies a sus discípulos, Jesús asume el trabajo que hacían los esclavos o sirvientes en su tiempo, quienes lavaban los pies a sus amos cuando regresaban a casa. Con este gesto, Jesús no solo lava a los discípulos purificando sus pecados sino también invitándolos a hacer lo mismo con los demás: “¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y con razón, pues lo soy. Por tanto, si yo, que soy su Señor y Maestro, les lavé los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les di ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.
Lector 2: Con el signo del lavatorio de los pies, Jesús enseña a sus discípulos que su reino no se rige por el poder sino por la dinámica del servicio: “Yo no he venido para que me sirvan sino para servir” (Mt 20,28). Jesús predica con el ejemplo y muestra a sus discípulos que el amor al otro sólo se hace visible en el servicio que le prestamos. Con este gesto Jesús da a conocer también las características del seguimiento: ser servidores los unos de los otros, negarse a sí mismos y a sus deseos, para darse libremente a los demás.
Lector 1: El signo del lavatorio de los pies nos enseña como la Eucaristía más que un rito externo debe llevarnos a ser serviciales con los demás, empezando por quienes están a nuestro lado. La Eucaristía purifica nuestra vida de egoísmos, de una vida centrada en intereses personales para abrir las fronteras de nuestros afectos, a las necesidades de los demás. La Eucaristía nos invita a hacer de nuestra vida una ofrenda constante de amor a Dios en el servicio a los hermanos a ejemplo de Jesús.
Guía: En un momento de silencio pensemos como vivimos el servicio en familia, si somos solidarios con las tareas cotidianas de casa y si somos capaces muchas veces, como Jesús, de levantarnos de nuestras comodidades u ocupaciones diarias, para escuchar a los otros y ayudarles con sus necesidades. Igualmente en nuestros ambientes laborales o de estudio.
Oración:
Guía: Revivamos en familia el signo de la comunión y el amor presente en la Eucaristía compartiendo entre todos el signo del pan. Para ello, tomamos el pan que hemos conseguido previamente, lo partimos y entregamos un pedazo a cada uno de los miembros de la familia. Luego cada uno, toma el pan y expresa una acción de gracias a Dios por aquellos valores que en este último año ha recibido de su familia y le han ayudado a crecer. Con estos sentimientos de gratitud, comemos entre todos el pan evocando el signo de la comunión y cantamos:
Canto:
Amar es entregarse,
olvidándose de sí,
buscando lo que al otro
pueda hacer feliz.
¡Qué lindo es vivir, para amar!
¡Qué grande es tener, para dar!
/Dar alegría, felicidad,
darse uno mismo eso es amar/.
Si amas como a ti mismo,
Y te entregas a los demás,
verás que no hay egoísmo,
que no pueda superar.
Guía: La celebración del Jueves Santo debe movernos a llevar a la vida de cada día el signo del amor y el servicio que Jesús nos comunica en la Eucaristía. Por eso, iluminados por la Palabra de este día y por los llamados que el Señor nos hace a través de ella, formulemos un propósito concreto que nos ayude a ser más generosos y serviciales con los demás, empezando por quienes viven nuestro lado. Para ello, vamos a tomar la hoja con la fotografía de nuestra familia y a escribir en ella, nuestros propósitos.
Concluimos este momento de oración tomándonos de las manos y orando juntos el Padre Nuestro.
Hna. Mariluz Arboleda, fsp.
Al llegar a este día del viernes santo, en la actitud de los discípulos, seguimos siendo desbordados por el hecho de su gran amor que llega hasta el extremo, un amor que entrega todo incondicionalmente. Aquí comenzamos a recordar las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos” (cf. Jn 15, 9-17). En Jesús se cumplen todas las promesas. Su entrega en la cruz es la promesa y fidelidad al Amor del Padre, y también al amor que tiene por cada uno de nosotros.
Así como los discípulos, el corazón a veces no entiende los finales inesperados. Aquel Maestro que ha prometido quedarse con ellos ahora ya no está más. El corazón de todos se turba con facilidad. Hay muchas preguntas y pocas respuestas.
He aquí un alto en el camino de los discípulos, es momento de detener sus pasos, el Maestro ya no está, tienen miedo, están profundamente asustados, confundidos. Han quedado como ovejas sin Pastor.
Ante semejante acontecimiento parece que Jesús se ha quedado solo, aquellos con quienes había compartido la mesa, a quienes había llamado de amigos, no están.
No se trata de ver la cruz por la cruz, sino que en ella se expresa ese amor incondicional, amor sin límites, amor que sobrepasa. Amor que sana y salva. Jesús llega a la cruz por el amor, es consecuencia de toda su capacidad de amar manifestada en cada gesto cotidiano a lo largo de su vida.
Evidentemente para la época una muerte en cruz era una sentencia para los malhechores. Así fue condenado Jesús, como un delincuente para su sociedad, como un blasfemo, como uno que se sabía “Hijo de Dios”. Un alborotador del orden social, político y un blasfemo contra la religión judía. Jesús asume hasta el final las consecuencias de su misión: el anuncio del reino. Todo está cumplido. Lo que para unos es debilidad, para Jesús es el triunfo.
¿Por qué un triunfo? Porque por primera vez en la historia humana Jesús viene a romper las ataduras de la muerte con la resurrección. Entonces su muerte en la cruz no es el final. Pero esto, los discípulos lo comprenderán mucho después. Mientras tanto, es necesario atravesar por estos momentos de desolación y amargura.
Con el tiempo develan una gran sabiduría para la vida.
EL MILAGRO DE LA CRUZ
Este es Jesús. El crucificado. El resucitado. El carpintero.
El excluido y silenciado. El explotado. El vendido y entregado.
El amigo y compañero. El de los milagros. El que escandaliza.
El que se junta con los pecadores.
El que anda con mujeres, sus amigas.
El que celebra la vida. El que lava los pies.
El que hace cosas que no entendemos.
El que vive lo que hace. El que abraza.
El que tiene miedo. El que camina sobre el agua.
El que sana y sigue andando. El burlado y maltratado.
El que tiene autoridad. El abandonado por los suyos.
Rey y pobre. Sacerdote y víctima.
Profeta y Palabra. Este es Jesús…
El Milagro de la Cruz. Amante asesinado.
Vida que sangra y riega su Reino. ¡Cuídenlo!
Lo mío está cumplido (susurra, gritándonos).
(Marcos Alemán, sj)
“Hay un momento para contemplar. Para tratar de entender lo que vemos, porque de alguna manera nos desborda. Este Jesús crucificado muestra un extraño abrazo final. A veces decimos que Jesús abraza la cruz…, pero creo que es una imagen mucho mejor la de que en la cruz de Jesús está Dios abrazando a cada ser humano en sus heridas, en su fatiga, en su dolor, en sus anhelos y miedos, en sus fracasos, en sus caídas.
Dios está abrazando, y ese abrazo es incluso el perdón a sus propios verdugos, la palabra de ternura al que agoniza a su lado, y el mensaje de encuentro a María y a Juan, presentes al pie de la cruz…
En ese abrazo confluyen tantos otros gestos… Del buen samaritano que recoge al hombre herido en el camino; del padre del hijo pródigo, recibiéndolo en casa con alegría y dispuesto a darle las oportunidades que hagan falta; de cada caricia y cada gesto con los que Jesús ha ido sanando a leprosos, ciegos y paralíticos; de la viuda pobre dando lo poco que tiene, pensando en otros más pobres aún que ella; de la mujer que con sus cabellos enjuaga los pies de Jesús; del propio Jesús lavando con sus manos los pies de sus discípulos.
Gestos, roces, abrazos… Un único abrazo para levantarnos cada vez que caigamos. Un único abrazo, hasta que los brazos duelan de tanto darse. Un único abrazo que también nosotros podemos dar una y otra vez para transformar el mundo, hasta que un día, con la confianza última de quien no tiene nada que perder, podamos exclamar, a su manera: ´Todo está cumplido´.”
[Jose M. Rodríguez Olaizola – La Pasión en contemplaciones de papel]
PREGUNTAS A UN REY EN CRUZ
¿Qué corona es esa que te adorna, que por joyas tiene espinas?
¿Qué trono de árbol te tiene clavado?
¿Qué corte te acompaña, poblada de plañideras y fracasados?
¿Dónde está tu poder?
¿Por qué no hay manto real que envuelva tu desnudez?
¿Dónde está tu pueblo?
Me corona el dolor de los inocentes. Me retiene un amor invencible.
Me acompañan los desheredados, los frágiles, los de corazón justo,
todo aquel que se sabe fuerte en la debilidad.
Mi poder no compra ni pisa, no mata ni obliga, tan solo ama.
Me viste la dignidad de la justicia y cubre mi desnudez la misericordia.
Míos son quienes dan sin medida, quienes miran en torno con ojos limpios,
los que tienen coraje para luchar y paciencia para esperar.
Y, si me entiendes, vendrás conmigo.
(José María Rodríguez Olaizola).
Cuando parece que todo va mal, las fuerzas nos abandonan, la cruz pesa demasiado y solamente nos acechan las sombras de la muerte, justo ahí, en ese momento, recordemos al discípulo amado. Aquel que contempla cada acontecimiento de manera diferente.
Es capaz de recordar las enseñanzas de su Maestro. Recordar es volver a pasar por el corazón, entonces viene a su corazón que todo no ha sido otra cosa sino una gran lección del Amor, entonces la cruz es una escuela del amor, todo en la vida de Jesús se tornó escuela para sus discípulos. Está enseñando que incluso en los momentos de mayor vulnerabilidad Dios está ahí, asumiendo y acompañando nuestra existencia. No es distante.
Se acerca, nos toma en brazos y camina con nosotros por los senderos de la vida, a veces tan intransitables. Pero Él está ahí, diciendo con sus gestos y palabras que en la fragilidad se manifiesta la fuerza de Dios.
El Vía Crucis o camino de la cruz es una de las tradiciones más arraigadas en nuestra Iglesia Católica que nos ayuda a recordar y llevar a nuestra vida los principales misterios de nuestra fe, es decir, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, celebrarlo con fe en familia durante los viernes de cuaresma, nos ayudará a contemplar la entrega amorosa de Jesús por nosotros y la manera como él encarna nuestra fragilidad y se solidariza con nuestros sufrimientos. Así mismo, el llamado que nos hace a superar con fe las circunstancias que vivimos como el abandono, el dolor, la humillación, la injusticia, y aprender a darnos a los demás, aún en medio del dolor o el sufrimiento.
Motivación: Cada Vía Crucis que rezamos con fe y contemplamos con esperanza, es un medio para unir nuestra vida a los sufrimientos de Cristo y del mundo. Ofrezcamos de manera especial este santo Vía Crucis por la realidad de sufrimiento y enfermedad que todavía vivimos como humanidad por el coronavirus. Pidamos al Señor, que alivie el dolor de las personas contagiadas, fortalezca a los familiares que han perdido a sus seres queridos y proteja de manera especial, a todo el personal de salud que expone a diario su vida para brindarles el cuidado necesario.
Materiales: Cruz, tiras de papel, lápiz, cinta.
Signo: En las tiras de papel que tengamos, vamos a escribir los nombres de nuestros familiares, amigos, vecinos o personas conocidas que están enfermas, especialmente por el Covid-19. Así mismo, aquellos que trabajan o forman parte del sector salud. Antes de iniciar el rezo del santo Vía Crucis, vamos a ir pronunciando sus nombres y a pegarlos en la cruz, como una manera de unirnos a sus realidades y presentárselas al Señor.
Canto: Vengo ante ti, mi Señor.
Vengo ante ti, mi Señor,
reconociendo mi culpa,
con la fe puesta en tu amor,
que tú me das como a un hijo.
Te abro mi corazón,
y te ofrezco mi miseria,
despojado de mis cosas,
quiero llenarme de ti.
Que tu Espíritu, Señor,
abrace todo mi ser.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Puesto en tus manos, Señor,
siento que soy pobre y débil,
más tú me quieres así,
yo te bendigo y te alabo.
Padre, en mi debilidad,
tú me das la fortaleza.
Amas al hombre sencillo,
le das tu paz y perdón.
Que tu Espíritu, Señor,
abrace todo mi ser.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Oración inicial:
Padre eterno, por medio de la pasión de tu amado Hijo,
has querido revelarnos tu corazón y darnos tu misericordia.
Haz que, unidos a María, madre suya y nuestra,
sepamos acoger y custodiar siempre el don del amor.
Que ella, Madre de la Misericordia, te presente las oraciones que elevamos
por nosotros y por toda la humanidad, para que la gracia de este Santo Vía Crucis
llegue a todos los corazones humanos e infunda a ellos una esperanza nueva,
esa esperanza indefectible que irradia desde la cruz Jesús,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración tomada de: El santo Vía Crucis según las orientaciones del papa Francisco, Paulinas.
Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 14-15
“Pilato les dijo: —Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: -¡Crucifícalo! Entonces Pilato, como quería quedar bien con la gente, dejó libre a Barrabás; y después de mandar que azotaran a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran”.
Jesús experimenta el abandono de los suyos al ser condenado a muerte en lugar de Barrabás. Su vida es sentenciada a muerte de manera inevitable, pero él no pierde ni la fe ni la esperanza, porque sabe que en sus manos está la realización del proyecto del Padre. Como Jesús, nosotros también hemos sentido amenazada nuestra vida o la de nuestros seres queridos por el coronavirus. Pidámosle, su misma confianza para acoger con valor dicha enfermedad, acompañar a los nuestros y valorar mucho más la salud que tenemos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Segunda estación: Jesús carga con la cruz a cuestas.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 20
“Después de burlarse así de él, le quitaron la capa de color rojo oscuro, le pusieron su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo”.
Vestido con sus propias ropas, Jesús inicia el camino hacia el calvario con la cruz a cuestas. Una carga pesada que no merece llevar, pero que acoge con valor por amor a cada uno de nosotros. Así mismo, la crisis del coronavirus ha sido para muchos de nosotros una carga pesada y difícil de llevar, una carga que ha sacado a flote todas nuestras fragilidades y nos ha llevado a reconocer la vulnerabilidad de nuestra condición humana. Pidamos, al Señor, que nos ayude a acoger con esperanza las cargas difíciles que esta crisis sigue despertando en el seno de nuestras familias, lugares de trabajo y nos enseñe a crecer en nuestro espíritu de sacrificio, ofrecimiento y solidaridad hacia el dolor de quienes lo han perdido todo.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Is 53, 4
“Él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado”.
Jesús abraza la muerte como una realidad que le permite encarnar toda nuestra realidad y fragilidad humana, incluso el dolor y el sufrimiento. Así, nos permite experimentar que Dios nos acompaña siempre aún, en las circunstancias más difíciles que vivimos como seres humanos. A lo largo de este tiempo de pandemia, Jesús ha estado a nuestro lado y se ha solidarizado con el dolor de cada enfermo, de cada familia que ve partir inesperadamente a los suyos, en los esfuerzos y sacrificios de todo el personal médico. Agradezcamos en este día a Jesús, por encarnar y redimir la totalidad de nuestra condición humana.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 2, 51.
“Su madre conservaba todo esto en su corazón”
María acompañó de cerca a Jesús en cada momento de su existencia, le dio la vida, lo alimentó, lo crió, le enseñó el amor a Dios, los valores y las tradiciones de su pueblo. Nunca lo dejó solo, ni aún en el momento más trágico y doloroso de su existencia. Ella, contempló siempre en su corazón el gran misterio de Dios encarnado en su hijo Jesús. Hoy muchas madres también sufren por la enfermedad o la pérdida repentina de sus hijos a causa de la pandemia. Pidamos, al Señor, que las fortalezca en su sufrimiento y les ayude como a María a encontrar en su fe, la fuerza y el aliciente para continuar.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Quinta estación: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 21
“Un hombre de Cirene, llamado Simón, padre de Alejandro y de Rufo, llegaba entonces del campo. Al pasar por allí, lo obligaron a cargar con la cruz de Jesús”.
El camino de la cruz une a Simón de Cirene con Jesús. Sin esperarlo fue obligado a ayudarle a cargar la cruz y aliviar un poco su sufrimiento. Sin lugar a dudas, Jesús lo miró con profunda compasión y ternura y desde el fondo de su corazón, le agradeció por su generosidad. Lo que inició para el Cireneo como una obligación se tornó luego en solidaridad, al experimentar sobre sus hombros el gran peso que llevaba Jesús. Como el cirineo, nosotros también podemos pasar de la obligación de ayudar al otro, a solidarizarnos realmente con sus necesidades, poniéndonos en sus zapatos y haciendo su carga más liviana.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Sexta estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Is 53, 2- 3.
“No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado”.
A medida que avanzaba el camino de la cruz, el rostro de Jesús iba desfigurándose y perdiendo su vitalidad. El temor a enfrentar su realidad de sufrimiento hacía que muchos no se atrevieran a mirar su rostro maltratado y desfigurado. Solo una mujer, se atrevió a romper los límites del miedo para solidarizarse con Jesús, limpiando la sangre y el sudor de su rostro. Una mujer que fue capaz de ver cara a cara el sufrimiento, no huir de él, sino por el contrario, consolarlo con un gesto sencillo pero cercano. Pidamos al Señor, que como Verónica nos ayude a mirar de cara el sufrimiento que viven nuestros enfermos, a prodigarles como ella, gestos de ternura, cariño y compasión que alivie su dolor pese a los difíciles quebrantos de salud que atraviesen.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 23, 34.
“Jesús dijo: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’”.
Jesús avanza hacia el calvario pero sus fuerzas desfallecen. La cruz se torna más pesada y por más que quiere continuar su camino, su cuerpo se doblega y cae por segunda vez. Caída que lo lleva a experimentar la fragilidad de su cuerpo y el gran peso del mal que lo aqueja. Pese a ello, Jesús no siente rencor hacia sus opresores, sino que por el contrario, los mira con compasión porque no son conscientes del mal que comenten hacia él. Como Jesús, en este tiempo de pandemia hemos experimentado el peso que el coronavirus ha puesto sobre nuestros hombros. Un peso que jamás pensamos vivir, que nos doblega en la incertidumbre del mañana, en el temor al contagio y a la muerte. Pidamos al Señor, la capacidad de reconocer en las circunstancias difíciles que atravesamos y nos llevan a perder la fe, una posibilidad para superarnos y abrazar nuestra existencia con mayor esperanza.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 23, 28.
“Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y por sus hijos”.
En su camino hacia el calvario, Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por el mal que lo aqueja. Pese al difícil momento que vive y a la carga de la pasión que lleva a cuestas, Jesús saca fuerzas para mirar a las mujeres y consolarlas con sus palabras de solidaridad hacia los sufrimientos que viven como madres. Actitud que nos lleva también a nosotros hoy, a superar las diferentes aflicciones que vivimos, para consolar a tantas personas, incluso dentro de nuestro propio núcleo familiar, que sufren por los efectos negativos de la pandemia, como por tantas otras circunstancias adversas. Pidamos al Señor, que nos ayude a hacer de nuestros padecimientos un medio para ser más abiertos y solidarios con los que sufren.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Flp 2, 8.
“Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte en la cruz”.
En su camino hacia el calvario, Jesús experimenta toda la fragilidad de nuestra condición humana. Cae por tercera vez, recordándonos lo vulnerable que puede llegar a ser nuestra existencia. Pese a caer de nuevo, Jesús no se queda en el suelo ni se rinde ante el sufrimiento o el dolor que lo doblega, sino que por el contrario, se levanta y prosigue su camino aferrado al amor y a la confianza que tiene en el Padre. Como Jesús, también nosotros caemos muchas veces ante el dolor, las enfermedades o las dificultades que llegan de manera imprevista a nuestra existencia. Pidámosle que en esos difíciles momentos nos ayude a levantarnos y a retomar nuestro camino con valor y esperanza.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 24.
“Los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús y ver qué se llevaría cada uno”.
Después de un largo camino de intenso dolor, sufrimiento y martirio, Jesús llega al calvario y allí es despojado de la única pertenencia que le quedaba como ser humano: sus vestiduras. Su cuerpo maltratado, herido y vulnerado en su dignidad, queda expuesto a la vista de todos y a la burla de los soldados quienes además echan a suerte su túnica. Desprovisto de toda seguridad humana, Jesús queda a la suerte de sus adversarios, pero permanece firme en su entrega hasta el final. Como Jesús, muchas personas hoy continúan siendo despojadas de su dignidad, vulneradas en sus derechos fundamentales, desprovistos de toda seguridad económica o material. Pidamos en esta estación al Señor por todos aquellos, que la crisis actual del coronavirus ha despojado de su salud, sus seguridades económicas, su tranquilidad o de la presencia de sus seres queridos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 17 -18.
“Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado «Lugar de la Calavera» (que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en el medio”.
El suplicio que Jesús vive a lo largo de su pasión ahora llega a su culmen al ser clavado en la cruz. Muerte lenta y dolorosa impuesta por los romanos a los agitadores del imperio como escarmiento público por sus delitos. La crucifixión era una práctica humillante, signo de maldición para los judíos, pero que Jesús abraza hasta el final por amor a nosotros, para hacer de ella nuestra fuente de salvación. Pidamos al Señor, por todos aquellos que todavía hoy siguen siendo crucificados por las injusticias, el odio, la guerra, la indiferencia, la falta de oportunidades. Por aquellos, que en medio de esta pandemia han muerto, no solo a causa del virus sino también por la falta de recursos para sobrevivir, por no tener quien cuide de ellos, por no poder acceder al sistema de salud, por la marginación de una sociedad injusta y centrada en sus propios intereses.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mt 27, 45-46.
Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó en oscuridad. A esa misma hora, Jesús gritó con fuerza: «Elí, Elí, ¿lemá sabactani?» (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
Al morir en la cruz, Jesús encarna toda nuestra condición humana, incluso el dolor y la muerte de nuestro cuerpo mortal. Con su muerte, Jesús se solidariza con tantas víctimas de nuestro tiempo y de la historia, que han muerto de manera injusta y atroz. Muerte que nos permite experimentar como Dios nos acompaña aún en las realidades más extremas y cruentas de nuestra existencia. Desde su muerte en la cruz, Jesús nos abraza, nos consuela y nos dice que no existe ninguna realidad humana que su amor no pueda ayudarnos a redimir y sanar. Pongamos en sus manos a cada uno de nuestros familiares o conocidos que han muerto por la crisis actual y pidámosle, que como él, nosotros también podamos ser signos de salvación para quienes viven a nuestro alrededor.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima tercera estación: Jesús es bajado de la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 38.
“Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a las autoridades judías. Pilato le dio permiso, y José fue y se llevó el cuerpo”.
Los momentos difíciles que pasamos pueden movernos a la compasión, al riesgo y a la solidaridad con los demás. José de Arimatea, hombre prestante entre los judíos y discípulo de Jesús, pese al riesgo que corría su vida por ser su seguidor, pide el cuerpo de su maestro para sepultarlo. Gesto que lo lleva a entrar en comunión con la realidad de sufrimiento que vivía la madre de Jesús y sus discípulos más cercanos. Así mismo, el coronavirus, si bien ha cambiado nuestra manera de relacionarlos y ha generado la perdida de cientos de vidas humanas, también nos ha permitido solidarizarnos con el sufrimiento de todos aquellos que como nosotros, han experimentado su propia vulnerabilidad e impotencia ante el virus, y movernos a la solidaridad pese a la falta de recursos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima cuarta estación: Jesús es sepultado.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 41-42
“En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía no habían puesto a nadie. Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el sábado de los judíos”.
Finalmente, el cuerpo de Jesús reposa en el sepulcro y con él, descansa también el corazón de sus familiares y discípulos más cercanos, pese a no comprender del todo, el trágico fin de su existencia. El cuerpo de Jesús reposa en el amor de Dios Padre, aunque el desconcierto por su muerte embarga de tristeza a quienes lo conocieron. Muchas familias ante la crisis actual del coronavirus no han podido acompañar de cerca el paso a la eternidad de sus seres queridos. Muchos han muerto solos en los hospitales asistidos por el personal médico, sin imaginar que nunca más volverían a casa. Oremos en esta estación por cada una de las familias que lloran a sus seres queridos, por el desasosiego y el vacío que trae a sus vidas la muerte inesperada de los suyos. Que como María y los primeros discípulos, puedan encontrar en el Padre, la fortaleza necesaria para seguir el camino y sentir la presencia de los suyos, en los valores y experiencias compartidas en vida con ellos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Oración final:
Señor, ayúdanos a vivir una vida espiritual fecunda, que sea capaz de renunciar a nuestro orgullo.
Que pueda superar nuestros miedos, temores y sentir tu voz de consuelo.
Deseamos abandonarnos en tus manos, Señor, y sentir que contigo nuestra vida es más liviana.
Bendícenos, Señor, y danos la alegría de ser tus discípulos, morir contigo y resucitar a una nueva vida.
Amén.
Oración tomada de: Vía Crucis tradicional, Paulinas.
Hna. Mariluz Arboleda Flórez, fsp.
El recorrido con el Maestro en este día de desolación va llegando a su fin, el aparente fracaso en la cruz va cambiando de rumbo y se devela lo oculto en el misterio que se ha vestido de noche, de cruz, de abandono… pero que ha contenido esa fuerza escondida de la vida, ha debido atravesar cada momento porque Jesús no podía hacer algo diferente a lo que hizo durante todo su ministerio: amar. Y nos amó hasta el fin, nos amó abrazó con el más sincero e incondicional amor.
“A veces simplemente hemos experimentado la fatiga de llevar adelante la cotidianidad, cansados de exponernos en primera persona frente a la indiferencia de un mundo donde parece que siempre prevalecen las leyes del más astuto y del más fuerte. Otras veces, nos hemos sentido impotentes y desalentados ante el poder del mal, ante los conflictos que dañan las relaciones, ante las lógicas del cálculo y de la indiferencia que parecen gobernar la sociedad, ante el cáncer de la corrupción —hay tanta—, ante la propagación de la injusticia, ante los vientos gélidos de la guerra. E incluso, quizá nos hayamos encontrado cara a cara con la muerte, porque nos ha quitado la dulce presencia de nuestros seres queridos o porque nos ha rozado en la enfermedad o en las desgracias, y fácilmente quedamos atrapados por la desilusión y se seca en nosotros la fuente de la esperanza. De ese modo, por estas u otras situaciones —cada uno sabe cuáles son las propias—, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes, repitiéndonos nuestros ¿por qué?” (Papa Francisco, homilía vigilia pascual, 2023).
Las mujeres del alba avanzan con incertidumbre hacia el sepulcro, que sorpresa a sus vidas encontrarlo vacío. La luz del Resucitado se hace presente calentando el casi apagado fuego de su corazón, porque van de camino no porque pensaban encontrar al Señor Resucitado, sino al cuerpo de su señor amado. Pero el misterio del encuentro les es concedido una vez más, basta poco para encender toda la llama de amor en sus vidas para recordar que el Señor ya les ha anunciado antes, Él vencería la muerte y está vivo.
El término Jesús “se apareció” es comprendido por algunos biblistas como el “dejarse ver”. Jesús se deja ver. Jesús se deja ver, y se deja ver por la Magdalena, se deja ver por los discípulos, se deja ver por los que van camino a Emaús, se deja ver en varias ocasiones. En la vida de cada uno de sus seguidores y especialmente de sus discípulos, acoger al Señor resucitado hace parte de un proceso, al inicio se muestran incrédulos, después de todo lo que han visto y vivido no pudiéramos exigirles más. Sin embargo, Jesús que conoce a cada uno de sus discípulos y lo que hay en lo más profundo de su corazón les invita a volver donde todo inició, “Vayan a Galilea”. El Maestro no se da por vencido.
Cuando los discípulos regresan a Galilea retornan a su vida pasada, están de vuelta en el mar lanzando redes para pescar, vuelven a su oficio, como si nada hubiese pasado. Y talvez ninguno se atreva a decir nada, porque todos están en la misma situación, confundidos, tristes, sin esperanza. ¿Valió la pena dejar todo por seguir a Jesús? Dejaron sus casas, familia, tierra, bienes… ¡todo! Y ahora están de vuelta, sin nada, llegan con las manos vacías. ¿Qué pensarían de ellos quienes los conocieron y habían visto partir con tanta alegría?
El Maestro habla de cerca a su corazón, toca su corazón y volviendo al primer amor nuevamente todo recobra sentido. Pero ha sido necesario vivir todo el proceso: partir con alegría en pos de Él, vivir todas las aventuras en esta maravillosa escuela del Maestro, padecer, sufrir, alegrarse, entrar a Jerusalén, compartir la mesa, cargar la cruz, el silencio y la soledad… volver a caminar, regresar al punto donde todo comenzó y ahí descubrir que el Maestro siempre ha estado.
Entonces, ¿Qué significa ir a Galilea? “Por una parte […] salir de lo escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. Y por otra parte —y esto es muy bonito—, significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos. Por tanto, ir a Galilea significa volver a la gracia originaria; significa recuperar la memoria que regenera la esperanza, la “memoria del futuro” con la que hemos sido marcados por el Resucitado.
Esto es lo que realiza la Pascua del Señor: nos impulsa a ir hacia adelante, a superar el sentimiento de derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos la esperanza, a mirar el futuro con confianza, porque Cristo resucitó y cambió el rumbo de la historia. Pero, para hacer esto, la Pascua del Señor nos lleva a nuestro pasado de gracia, nos hace volver a Galilea, allí donde comenzó nuestra historia de amor con Jesús, donde fue el primer llamado.” (Papa Francisco, Homilía vigilia Pascual, 2023).
“Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en persona; donde Él para ti dejó de ser un personaje histórico como otros y se convirtió en la persona más importante de tu vida. No es un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Haz memoria de Galilea, de tu Galilea; de tu llamada, de esa Palabra de Dios que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación.
Cada uno sabe dónde está la propia Galilea, cada uno de nosotros conoce dónde tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo cambió todo. No podemos dejarlo en el pasado, el Resucitado nos invita a volver allí para celebrar la Pascua. Recuerda tu Galilea, haz memoria de ella, reavívala hoy. Vuelve a ese primer encuentro. Pregúntate cómo y cuándo sucedió; reconstruye el contexto, el tiempo y el lugar; vuelve a experimentar las emociones y las sensaciones; revive los colores y los sabores.
Porque sabes que, cuando has olvidado ese primer amor, cuando has pasado por alto ese primer encuentro, ha comenzado a depositarse el polvo en tu corazón. Y experimentaste la tristeza y, como les ocurrió a los discípulos, todo parecía sin perspectiva, como si una piedra sellara la esperanza. Pero hoy, hermano, hermana, la fuerza de la Pascua nos invita a quitar las lápidas de la desilusión y la desconfianza. El Señor, experto en remover las piedras sepulcrales del pecado y del miedo, quiere iluminar tu memoria santa, tu recuerdo más hermoso, hacer actual ese primer encuentro con Él. Recuerda y camina; regresa a Él, recupera la gracia de la resurrección de Dios en ti. Vuelve a Galilea, vuelve a tu Galilea.” (Papa Francisco, Homilía vigilia Pascual, 2023).
Es un día de luto, silencio y de espera vigilante. La Iglesia nos invita a acompañar a la Virgen María en su dolor y a contemplar junto a ella, el significado de la pasión y la muerte de Jesús en el sepulcro. En la noche celebramos la solemne Vigilia Pascual, en la que a la luz de los signos del fuego, el agua y la Palabra, reconocemos a Jesús como la luz del mundo que disipa las tinieblas de la muerte y nos abre a una vida nueva con su resurrección.
“La Virgen Dolorosa, que lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús,
ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y
de las criaturas de este mundo exterminadas por el poder humano”
(Papa Francisco)
Motivación: Unamos nuestro corazón en este Sábado Santo a la Virgen María meditando sus padecimientos y acompañándola en su piadosa soledad. Que a la luz de sus siete dolores, en este santo rosario, nosotros también podamos vivir con fe y esperanza nuestros sufrimientos y encontrar en su testimonio de confianza y serenidad, la fortaleza para continuar nuestro camino con resolución y esperanza.
Canto:
Dolorosa de pie junto a la cruz,
/ tú conoces nuestras penas, penas de un pueblo que sufre /
Dolor de los cuerpos que sufren enfermos,
el hambre de gentes que no tienen pan,
silencio de aquellos que callan por miedo,
la pena del triste que está en soledad.
Dolorosa, de pie junto a la cruz,
/ tú conoces nuestras penas, penas de un pueblo que sufre /
El drama del hombre que fue marginado,
tragedia de niños que ignoran reír,
la burda comedia de huecas promesas,
la farsa de muertos que deben vivir.
Dolorosa, de pie junto a la cruz,
/ tú conoces nuestras penas, penas de un pueblo que sufre /
Primer dolor: La profecía de Simeón.
“Este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, y a ti misma, una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de todos” (Lc 2, 34-35).
Oración: Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir nuestros sufrimientos con esperanza, fortaleza y confianza en Dios. Que como tú, podamos hacer de ellos, un medio para unir nuestra vida más a Dios y a los hermanos.
Padre Nuestro, 7 Ave Marías y gloria.
Segundo dolor: La persecución de Herodes y la huida a Egipto.
Cuando ya los sabios se habían ido, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» José se levantó, tomó al niño y a su madre, y salió con ellos de noche camino de Egipto, donde estuvieron hasta que murió Herodes. Esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi Hijo» (Mt 2, 13-15).
Oración: Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir nuestros sufrimientos con esperanza, fortaleza y confianza en Dios. Que como tú, podamos hacer de ellos, un medio para unir nuestra vida más a Dios y a los hermanos.
Padre Nuestro, 7 Ave Marías y gloria.
Tercer dolor: La pérdida del niño Jesús en el Templo
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron allá todos ellos, como era costumbre en esa fiesta. Pero pasados aquellos días, cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta (…) Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su madre le dijo: —Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia. Jesús les contestó: —¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no entendieron lo que les decía (Lc 2, 41-50).
Oración: Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir nuestros sufrimientos con esperanza, fortaleza y confianza en Dios. Que como tú, podamos hacer de ellos, un medio para unir nuestra vida más a Dios y a los hermanos.
Padre Nuestro, 7 Ave Marías y gloria.
Cuarto dolor: María encuentra a Jesús con la cruz a cuestas.
“En la subida al Calvario Jesús encuentra a su madre. Sus miradas se cruzan. Se comprenden. María sabe quién es su Hijo. Sabe de dónde viene. Sabe cuál es su misión. María sabe que es su madre; pero sabe también que ella es hija suya. Lo ve sufrir, por todos los hombres, de ayer, hoy y mañana. Y sufre también ella” (Papa Francisco)
Oración: Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir nuestros sufrimientos con esperanza, fortaleza y confianza en Dios. Que como tú, podamos hacer de ellos, un medio para unir nuestra vida más a Dios y a los hermanos.
Padre Nuestro, 7 Ave Marías y gloria.
Quinto dolor: la crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego le dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa (Jn 19, 25-27)
Oración: Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir nuestros sufrimientos con esperanza, fortaleza y confianza en Dios. Que como tú, podamos hacer de ellos, un medio para unir nuestra vida más a Dios y a los hermanos.
Padre Nuestro, 7 Ave Marías y gloria.
Sexto dolor: María recibe a Jesús en sus brazos cuando lo bajan de la cruz.
Como ése era día de preparación, es decir, víspera del sábado, y ya era tarde, José, natural de Arimatea y miembro importante de la Junta Suprema, el cual también esperaba el reino de Dios, se dirigió con decisión a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al capitán para preguntarle cuánto tiempo hacía de ello. Cuando el capitán lo hubo informado, Pilato entregó el cuerpo a José. Entonces José compró una sábana de lino, bajó el cuerpo y lo envolvió en ella. Luego lo puso en un sepulcro excavado en la roca, y tapó la entrada del sepulcro con una piedra. María Magdalena y María la madre de José, miraban dónde lo ponían. (Mc 15, 42-46)
Oración: Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir nuestros sufrimientos con esperanza, fortaleza y confianza en Dios. Que como tú, podamos hacer de ellos, un medio para unir nuestra vida más a Dios y a los hermanos.
Padre Nuestro, 7 Ave Marías y gloria.
Séptimo dolor: La sepultura de Jesús
José y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas empapadas en aquel perfume, según la costumbre que siguen los judíos para enterrar a los muertos (Jn 19, 40)
María ve morir a su Hijo, Hijo de Dios y también suyo. Sabe que es inocente, y que ha cargado con el peso de nuestras miserias. La Madre ofrece al Hijo, el Hijo ofrece a la Madre. A Juan, a nosotros. (Papa Francisco)
Oración: Madre Dolorosa, ayúdanos a vivir nuestros sufrimientos con esperanza, fortaleza y confianza en Dios. Que como tú, podamos hacer de ellos, un medio para unir nuestra vida más a Dios y a los hermanos.
Padre Nuestro, 7 Ave Marías y gloria.
Oración final:
Hna. Mariluz Arboleda, fsp.
Es un día fiesta y gran alegría porque Cristo al vencer la muerte, nos ha ganado una vida nueva en el Padre. Gracias a su Resurrección, podemos mirarnos a los ojos con amor, vivir sin resentimientos y tratarnos con el amor comprensivo y tierno de Jesús. Sintámonos comunidad recreada por la muerte y resurrección del Señor. Abramos de par en par el corazón, celebremos con alegría nuestra resurrección, estrenemos la vida nueva que hoy Jesús nos da.
Ambientación:
- Vela o cirio pascual.
Motivación: Llegamos con gran alegría al Domingo de Pascua. Día que nos recuerda que Jesús vence las tinieblas de la muerte y alcanza para nosotros una nueva vida en Dios. Agradezcamos al Señor por todo el camino que hemos recorrido desde la Cuaresma hasta este día de Pascua, y por cada uno de los frutos espirituales que este tiempo hace germinar hoy en nosotros. Experimentado la presencia del resucitado en medio de nosotros, cantemos con alegría:
Canto:
Resucitó, resucitó, resucitó, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, resucitó.
La muerte, ¿dónde está la muerte?
¿Dónde está mi muerte? ¿Dónde su victoria?
Resucitó, resucitó, resucitó, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, resucitó.
Gracias sean dadas al Padre
Que nos pasó a su reino donde se vive de amor.
Resucitó, resucitó, resucitó, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, resucitó.
Alegría, alegría hermanos
Que si hoy nos queremos, es que resucitó.
Introducción: Cristo resucitado ha vencido la muerte, por eso, a través del cirio pascual expresamos que Jesús es la luz del mundo, que disipa toda oscuridad y crea para nosotros una nueva humanidad. Él es el alfa y el omega, es decir, el principio y el fin de todo lo creado. Ante de iniciar este encuentro con la Palabra encendamos el cirio pascual o la vela que hayamos preparado, evocando la nueva vida que el Resucitado nos da. Pidámosle que su Palabra sea siempre la luz que nos guíe a su encuentro y nos ayude a ser signos visibles de su resurrección para los demás:
Secuencia de Pascua
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?”
“A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada”.
Los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua
Primicia de los muertos,
Sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
1) Lectura
Leemos dos o tres veces el evangelio identificando los personajes, sus actitudes y especialmente aquello que nos dicen sobre Jesús:
Evangelio según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra la habían retirado del sepulcro. Entonces se fue corriendo a donde Simón Pedro y a donde el otro discípulo, al que Jesús tanto amaba, y les dijo: “¡Se llevaron del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo pusieron!”. Pedro y el otro discípulo salieron y se fueron al sepulcro. Los dos iban corrían juntos; pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llego primero. Se asomó y vio que los lienzos estaban en el suelo, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro y entró al sepulcro y vio los lienzos en el suelo, y también el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no junto con los lienzos en el suelo, sino enrollado y colocado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había llegado primero al sepulcro, y al ver aquello, creyó. Pues ellos todavía no entendían lo que dice la Escritura: que Él debía resucitar de entre los muertos.
Para profundizar más la lectura del texto, respondemos a los siguientes interrogantes:
- ¿Cuándo va María al sepulcro?
- ¿Qué encontró?
- ¿A qué discípulos busca María?
- ¿Qué noticia les da?
- ¿Quién llegó primero al sepulcro y cuál fue su reacción?
- ¿Cuál fue la reacción de Pedro?
- ¿Cuál de los dos discípulos creyó?
2) Meditación
La experiencia del Resucitado no fue algo que los discípulos comprendieran fácilmente, sino que requirió todo un camino de reflexión y oración para llegar a la verdad de esta revelación. Por eso, es común como en el relato de este día, percibir a los discípulos desorientados, incrédulos y con grandes preguntas en su corazón.
Hoy encontramos tres discípulos que reaccionan de manera diferente ante el gran misterio de la resurrección. María Magdalena quien va al sepulcro muy de madrugada y al ver la piedra corrida se llena de miedo, y corre a avisar a Pedro y Juan sobre lo sucedido. El temor no le permite reconocer que Cristo ha resucitado.
Pedro corre rápidamente al sepulcro, y como María, al llegar al sepulcro ve la piedra corrida. Después ve también los lienzos y el sudario en el suelo, pero no saca ninguna conclusión al respecto. Pese a los signos de la resurrección presentes no logra comprender que su maestro está vivo.
Juan corre más que Pedro para llegar al sepulcro y al encontrarse con los mismos signos de la resurrección que Pedro y María, es capaz de abrirse al misterio y creer que Jesús ha resucitado.
Como María y Pedro, también puede costarnos comprender el gran misterio de la resurrección y hasta llegar a experimentar que es un engaño. Pero la actitud de Juan nos enseña que pese a la novedad que ella puede representar, necesitamos tener fe y creer.
Para llevar esta experiencia a nuestra vida, preguntémonos:
3) Oración
4) Contemplación
Cerremos un momento nuestros ojos, volvamos a la escena del sepulcro vacío y expresemos a Jesús aquello que este acontecimiento representa para nosotros. Pidámosle la gracia de creer y acoger la vida nueva que nos quiere comunicar a través de su resurrección.
5) Acción
Reconozcamos cuál es aquella actitud que Jesús hace brotar en nosotros después de todo el camino recorrido hasta la Pascua. Acojámosla en nuestro corazón y llevémosla a la práctica, compartiéndola con los demás.
Hna. Mariluz Arboleda, fsp.
La Pascua es un momento especial para renovar nuestra vida a la luz de las enseñanzas del Resucitado. Abramos nuestro corazón a la vida nueva que él nos comunica a través de su Palabra y sintamos su cercanía en las diferentes realidades que vivimos. Pidámosle también que renueve en nosotros la fe y la esperanza para vivir este tiempo de pandemia con aire renovado y como una valiosa oportunidad para compartir lo mejor que tenemos con quienes están a nuestro lado.
Has resucitado, Señor, y nuestro corazón se llena de gran júbilo y alegría.
Has resucitado, Señor, y nos enseñas que la muerte no es el final de nuestra vida.
Has resucitado, Señor, y nos llamas a ser profetas de esperanza en un mundo marcado por la enfermedad, el dolor y el sufrimiento.
Has resucitado, Señor, y nos llamas a reconocerte en los rostros de cada uno de los hermanos y hermanas
que has puesto a nuestro lado para caminar contigo.
Has resucitado, Señor, y nos envías como a María Magdalena a comunicar a las personas de hoy,
todo aquello que a lo largo de estos días santos has renovado en nuestro interior.
Has resucitado, Señor, y solo nos pides que seamos a cada momento signos visibles de tu Resurrección.
Amén.
Renovemos nuestra fe haciendo propias las palabras del pregón pascual y reconociendo como nuestra vida, al igual que la del pueblo de Israel, es una historia de salvación en la que el amor de Dios acontece a diario.