Nosotros no contemplamos el universo como la naturaleza considerada en sí misma, sino como creación y el primer don del amor de Dios para nosotros. La revelación bíblica nos enseña que cuando el Señor creó al ser humano, lo colocó en el jardín del Edén para que hiciera buen uso de este (cf. Gn 2,16), señalándole unos límites (cf. Gn 2,17), que le recuerdan al ser humano que Dios es Creador y Señor, y que de Él es la tierra y todo lo que contiene (cf. Sal 24, 1).