“Nadie se atrevió a preguntarle quién era; pero sabían que era el Señor” (Jn 21, 12)

El tiempo de Pascua nos ayuda a reconocer como los discípulos tras la muerte de Jesús regresan tristes y desanimados a sus ocupaciones anteriores. Sin embargo, el resucitado llega hasta donde ellos para reconfortarlos, aumentar su fe y mostrarles que vive a través de la Palabra y los signos de la Eucaristía. En el evangelio de este día Jesús se presenta en el lago de Tiberiades a sus discípulos tras una larga noche de pesca infructuosa. En un primer momento los discípulos no lo reconocen, pero después de ver el milagro de la pesca, solo el discípulo amado percibe su presencia: “¡Es el Señor!”. Jesús espera en la playa a sus discípulos, los invita a desayunar y a través del gesto de compartir el pan y el pescado, se da nuevamente a conocer. Los discípulos no le dicen nada pero saben que es el Señor. Como los discípulos nosotros también necesitamos de signos que nos ayuden a evocar la presencia del Señor y alimentar nuestra relación con él como la Eucaristía, la cual nos permite no solo experimentar a Jesús vivo entre nosotros sino también a reconocer la importancia de compartir aquello que recibimos de él con los demás.

Reflexionemos:

¿Reconocemos la presencia del Resucitado en la Eucaristía?, ¿cómo podemos hacer de la Eucaristía un medio que nos una cada vez más a las necesidades de quienes están a nuestro lado?

Oremos:

Danos, Señor, la capacidad de aprender a reconocer que tú nos acompañas y alimentas siempre en la Eucaristía. Que fortalecidos por ella, podamos hacer de nuestra vida una vocación de servicio para los demás.  Amén.

Recordemos:

Jesús vive y nos alimenta en la Eucaristía.

Actuemos:

Participemos en este día de la Eucaristía y pidámosle al Señor la gracia de experimentar que está presente en ella.

Profundicemos:

La Eucaristía es el alimento que anima, reconforta y da sentido a nuestra experiencia de encuentro con Dios en las personas (Libro: Eucaristía. Pan para la vida del mundo).