“Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres”
(Mc 7, 1-13)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
En el Evangelio de hoy podemos aprender que todo acto exterior que realizamos debe ser impulsado y movido por nuestro corazón. Un corazón que se encuentra unido a Dios, que escucha sus palabras y desea vivir sus mandamientos por amor. Si nuestro corazón no está unido a él, si no es guiado y sostenido por él, nuestras acciones serán realizadas por nuestro egoísmo.
El Señor nos hace ver que debe existir una unidad y coherencia en nuestra vida, entre nuestro interior y lo que hacemos exteriormente, entre lo que somos y cómo vivimos. Nuestras obras exteriores deben de ser reflejo de nuestro interior y Cristo mismo nos da ejemplo de ello. Al leer el Evangelio y contemplar la vida del Señor, podemos ver cómo su corazón estaba unido a su Padre, cómo estaba lleno de amor y cómo sus obras lo reflejaban. Al vivir en la unidad, recibimos el don de la libertad y de la paz, descubrimos nuestra verdadera identidad de ser hijos de Dios y experimentamos el gozo de vivir como sus hijos. El Señor fija su mirada en nuestro interior y en lo que somos para él. Lo que a él importa es nuestro corazón, el núcleo de nuestra vida, donde se encuentran todas nuestras convicciones y emociones, nuestros deseos y esperanzas, nuestros miedos e inquietudes. Sus palabras y acciones van dirigidas a transformar nuestro corazón, para que nuestras obras sean guiadas por amor, hacia la verdad y plenitud de nuestra vida, es decir, hacia la felicidad.
Oremos: Señor, te pido me concedas el don de la unidad en mi vida. Que en mi corazón no exista la división, sino la presencia de tu amor, que me da paz y libertad. Amén.
Actuemos: Jesús hoy me dice que quiere que sea una persona auténtica, sencilla ante su presencia, él no mira las apariencias, sino el corazón. Además, ve nuestras obras y nuestra unidad de vida.
Recordemos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Recordemos los grupos que en el tiempo de Jesús querían controlar la gracia: los fariseos, esclavos de las muchas leyes que cargaban sobre las espaldas del pueblo.
Profundicemos: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?”
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