“La lámpara se trae para ponerla en el candelero.
La medida que usen la usarán con ustedes”
(Mc 4, 21 - 25)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
La misión del cristiano es ser luz para el mundo. La luz no viene de nosotros mismos, sino que, como una vela, hemos sido encendidos por alguien más y comunicamos su luz a quienes nos rodean. Siempre debemos estar disponibles o abiertos a los demás para ayudarlos. Nos dice el Papa Francisco que “la lámpara es el símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras que el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta y hace fecunda y creíble la luz de la fe. La condición para estar listos para el encuentro con el Señor no es solo la fe, sino una vida cristiana rica en amor y caridad hacia el prójimo. Si nos dejamos guiar por aquello que nos parece más cómodo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril, incapaz de dar vida a los otros y no acumulamos ninguna reserva de aceite para la lámpara de nuestra fe; y ésta —la fe— se apagará en el momento de la venida del Señor o incluso antes”. Jesús nos da también hoy una regla de oro, que es la de usar la medida que queremos para nosotros con los demás, lo cual no es solamente mero altruismo, sino que nos ayuda a reconocer cómo podemos servir a Dios, quien quiere que lo sirvamos y lo amemos en nuestro prójimo. Como dice la carta de san Juan: “quien dice amar a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso”.
Reflexionemos: El evangelio de hoy nos hace dos llamados: el primero, es a ser luz primero en mi hogar, con los míos y luego, en el trabajo, en la sociedad. Y segundo, una regla de oro: “la medida que usemos, la usaran con nosotros”.
Oremos: Maestro bueno, gracias por provocarme, para que sea luz del mundo desde cada una de las realidades que vivo en mi familia, en mi trabajo y en los ambientes que frecuento a diario. Amén.
Actuemos: Hoy me preguntaré cómo vivo la regla de oro: “la medida que use con los demás, es la que quiero que usen conmigo”.
Recordemos: No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto sino para que salga a la luz.
Profundicemos: Jesús y su Palabra son la luz, pero si los tenemos ocultos de nada sirve, debemos conocerla, amarla y darla a conocer, difundirla sobre todo con nuestra propia vida.
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