“Jesús, lleno de alegría en el Espíritu Santo”.
(Lc 10, 21-24)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo que brota del corazón profundamente agradecido, que mantiene viva la esperanza. La oración de acción de gracias que Jesús hace a su Padre brota de un corazón rebosante de alegría, después del regreso de la misión de los 72. Precisamente su acción misionera les ha hecho retornar a Jesús en la alegría. Alegría vivida por los discípulos en acción de gracias por todas las vivencias misioneras que habían realizado. Sin embargo, para Jesús esta alegría es efímera y pasajera, porque la auténtica alegría, brota de quien permanece con la mirada firme en Dios: “sus nombres están escritos en los cielos”. Por tanto, no es solo fruto de las obras, del hacer, sino del ser que se cultiva en una experiencia de relación muy particular, según Jesús, entre el Padre y el Hijo. En la base de toda relación gozosa, alegre y gratuita esta la experiencia profunda de comunión con la persona amada, comunión que supone el conocimiento profundo de quien se ama. Así como el Hijo conoce las acciones del Padre caracterizadas por la grandeza de la creación, el Padre conoce al Hijo capaz de dar la vida, pero pedagógicamente este estilo de conocimiento se oculta a los sabios y entendidos y se revela a los pequeños y sencillos porque tienen consigo la capacidad de la contemplación, de la escucha, del silencio, del despojo. El conocimiento pleno del Hijo es propio del Padre y “aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”, es decir, quien se adhiere a su misterio y lo contempla. De ahí, la invitación a los discípulos para que su alegría al retornar de la misión sea plena porque sus ojos que han visto y contemplado y sus oídos han escuchado. Quien ve y escucha, no solo con los sentidos sino con la profundidad del corazón, está llamado a vivir el gozo de la bienaventuranza, de la espera alegre y gozosa, del regocijo.
Preguntémonos: ¿Cómo vivo la alegría?, ¿ella proviene de Dios?
Oremos: Ven Señor, Jesús y concédenos la gracia de permanecer atentos a la escucha en medio del ruido y el fulgor de las luces y su apariencia. Amén.
Actuemos: Dejemos que en el ritmo de estos días acontezca en nosotros la oración como una experiencia de comunión profunda entre el Padre y nosotros.
Profundicemos: Adviento es el tiempo privilegiado para ver y escuchar y en el dinamismo de esta posibilidad, propia de los sentidos, estamos llamados a permanecer cercanos al clamor de la humanidad hoy en sus sufrimientos existenciales.
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