“Salió el sembrador a sembrar”
(Mc 4, 1 - 20)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
La parábola de hoy, tiene un tema central, el de la esperanza, pero no cualquier esperanza, sino aquella que espera contra toda esperanza. Notemos que Jesús contrapone, a las dificultades y a las penas de la siembra, la certeza gozosa de la mies. La descripción minuciosa de las dificultades no hace más que poner en evidencia, por contraste, la abundancia inesperada de la cosecha. Sobre esto el agricultor mientras está trabajando, apunta su mirada inquieta: “Los que siembran con lágrimas, cosechan entre cantares”. Por ahora no queda sino sembrar en el llanto y el sacrificio, que podrá garantizar un pan momentáneo. Es la misma experiencia de Jesús, difundió por muchas partes con obras y palabras la buena noticia del reino, pero ¿cuál fue el resultado inmediato? La incomprensión, murmuración, hostilidad, odio, abandono y halló su punto culminante con la muerte en la cruz. Él sembró entre mil dificultades. El grano de trigo cayó en tierra. Murió, fue sepultado, pero al tercer día, resucitó y dio mucho fruto, y fruto abundante. Pero para ello, la semilla tuvo que morir. Quien tenga oídos para oír que oiga. Y aquí vienen las condiciones para una auténtica escucha de la Palabra: 1) Acercarnos a la Palabra. 2)Comprometerme con ella, llevar a la vida aquello que dice. 3) Cambiar de vida, dejarme cuestionar por ella.
Reflexionemos: El agricultor es Jesús quien siembra la Palabra en mi corazón. La pregunta que me debo hacer es: ¿cómo está mi terreno para acoger la semilla del sembrador?
Oremos: Jesús Maestro, quiero estar con aquellos que tienen oídos para oír y ojos para ver, que tienen dócil el corazón y libre el terreno para que la semilla de tu Palabra sea sembrada y de frutos abundantes. Amén.
Actuemos: Hoy haré un examen de conciencia y revisaré como están mis oídos, para escuchar la Palabra de Dios; mis ojos para contemplarlo y mi corazón para recibir su semilla y que esta dé frutos.
Recordemos: Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la Palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.
Profundicemos: Jesús es el sembrador. Él todos los días está dispuesto a sembrar en mi corazón con paciencia, con misericordia. Por eso, debo pedir la gracia de tener un oído atento y un corazón dócil para acogerlo.
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