“El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”
(Mc 3, 31 – 35)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Nos dice el Papa Francisco sobre este evangelio: “Le dicen: ‘He aquí, tu madre, tus hermanos y hermanas están afuera y te buscan’, y Él responde: ‘¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque quien cumpla la voluntad de Dios, es mi hermano, mi hermana y mi madre’. Es decir, Jesús ha formado una nueva familia, que ya no se basa en vínculos naturales, sino en la fe en Él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo. Todos aquellos que acogen la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos entre ellos. Acoger la palabra de Jesús nos hace hermanos entre nosotros y nos hace parte de la familia de Dios. Hablar mal de los demás, destruir la fama de los demás nos vuelve la familia del diablo. Esta respuesta de Jesús no es una falta de respeto por su madre y sus familiares. Más bien, para María es el mayor reconocimiento, porque precisamente ella es la perfecta discípula que ha obedecido en todo a la voluntad de Dios, que ha escuchado y ha dicho ‘Sí’ a su Palabra. Que ella la Virgen Madre nos ayude a vivir siempre en comunión con Jesús, reconociendo la obra del Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo a una vida nueva”.
Reflexionemos: Mi madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de Dios. Esta es la respuesta de Jesús, yo debo preguntarme si pertenezco a esta familia, si busco y hago la voluntad de Dios en mi vida.
Oremos: Gracias, Señor, por enseñarme que hacer la voluntad de Dios, es el único requisito para ser miembro de tu familia. Gracias, Señor. Amén.
Actuemos: Hoy tomaré un tiempo físico para retirarme solo en mi habitación y en oración preguntarle al Señor: ¿cuál es tu voluntad sobre mí? ¿Qué quieres que haga?
Recordemos: “El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Profundicemos: Jesús en ningún momento niega lo lazos de sangre con su madre o con sus parientes, pero si los lleva a otro nivel, a uno más espiritual y ensancha su corazón para que entre todo el que quiera hacer la voluntad de Dios.
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