23 de noviembre

Caminando con Jesús

Caminar con Jesús permitió a los discípulos experimentar, de primera mano, la compasión y la gracia de Dios en acción. Caminar con Jesús hoy, no debería ser diferente. Su compasión y su gracia siguen disponibles para quien quiera experimentarlas.

“No es Dios de muertos, sino de vivos”

(Lc 20, 27-40)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

“En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección”.

Los saduceos eran de familias ricas pertenecientes a la élite de Israel y negaban la resurrección, ya que no creían en ella. Su vida satisfecha económicamente hablando, les era suficiente para no creer en otra vida. Según la Ley, en Dt 25, 5, obligaban a los hermanos del difunto a tomar su mujer y darle descendencia para guardar su nombre y heredad.

La pregunta que los saduceos, le hacen a Jesús es como si quisieran banalizar y ridiculizar la resurrección. Jesús, deja claro que la resurrección no es una continuación de esta vida, de ser así no estaríamos hablando de resurrección sino de revivificación. Como es el caso de Lázaro, el hijo de la viuda y la hija de Jairo. Ellos fueron revivificados, todos los reconocen y su vida se prolonga unos años más. La resurrección es una vida distinta, plena, que nos es difícil comprender desde nuestra realidad cotidiana.

 

Preguntémonos: La resurrección no es una fusión del alma con el cosmos, sino una comunión personal con Dios, un nuevo nacimiento: ¿creo en la resurrección?

 

Oremos: Señor Jesús, yo creo en tu resurrección y en la vida nueva que me ofreces a través de ella. Dame la gracia de dejar atrás todo aquello que me impide abrazarla como el mayor signo de nuestra fe y aspirar a la vida eterna. Amén.

 

Reflexionemos: Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para Él, todos están vivos. Vivamos a plenitud esta vida terrena que Dios nos regala, sin dejar de anhelar con esperanza activa la vida eterna.

 

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