“Mis ojos han visto a tu Salvador”
(Lc 2, 22-40)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Cristo es de verdad nuestra luz, nuestra vida y resurrección, nuestra paz y fortaleza, nuestro triunfo y nuestra esperanza cierta. A primera vista, Lucas trata del anuncio que Simeón y la profetisa Ana hacen acerca de Jesús como salvación.
El Evangelio viene a nuestro encuentro con una imagen muy bonita, conmovedora y alentadora. Es la imagen de Simeón y de Ana, de quienes nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, de san Lucas. Eran realmente ancianos, el “viejo” Simeón y la “profetisa” Ana. El Evangelio dice que esperaban la venida de Dios cada día, con gran fidelidad, desde hacía muchos años. Querían verlo precisamente ese día, recoger los signos, intuir el inicio. Quizá estaban también un poco resignados, ya, a morir antes, pero esa larga espera continuaba sin embargo ocupando su vida, no tenían compromisos más importantes que este. Esperar al Señor y rezar. Y así, cuando María y José llegaron al templo para cumplir la disposición de la Ley, Simeón y Ana se movieron impulsados, animados por el Espíritu Santo. El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Reconocieron al Niño y descubrieron una nueva fuerza para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo. Ha sido un poeta en ese momento. Y Ana se convirtió en la primera predicadora de Jesús: “hablaba del niño a quienes esperaban la redención de Jerusalén” (Papa Francisco).
Oremos: Señor, prepara mi corazón, para que con una disposición de apertura y docilidad te deje entrar hasta lo más íntimo de mi alma, pues sé con certeza que quien se pone en tus manos está en camino de la verdadera felicidad. Amén.
Actuemos: Qué paz me da, Señor, el ejemplo de tu Madre al ofrecerte a Dios, como el acto de cualquier mamá que ofrece el fruto de su amor a Dios en cada alumbramiento. Que el día cuando me presente a ti, pueda a mi vez presentarte otras muchas almas, ganadas para ti con horas de oración y sacrificio. Hazme comprender que cada acto de donación es una invitación a los hombres a creer en ti.
Recordemos: El Espíritu Santo estaba sobre él y le había revelado que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, llegó al templo.
Profundicemos: “El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio” (Madre Teresa de Calcuta).
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